Opinión

El «corredor de la muerte»

Tal vez fue una curiosa coincidencia. O una temeridad por su parte. Pero cuando este martes, en el Palacio de La Zarzuela, Pablo Iglesias recomendó al Rey Felipe VI la serie «En el corredor de la muerte», la ficción sobre el drama que vive desde hace tres décadas Pablo Ibar en Estados Unidos, estaba tal vez anticipando su futuro. Político, claro.

Porque Pablo Iglesias encara desde esta próxima semana su propio «corredor», que en las elecciones del 10-N puede llevarle al final de la carrera. No le queda mucho crédito entre sus votantes. Cierto. Y Lo que es peor, no le queda ninguno entre sus dirigentes.

Su enésimo error de cálculo y su probada ambición desmedida conducen a Podemos a pasar el examen más inoportuno en el momento menos adecuado para el partido. Y él, que había diseñado una «abdicación tranquila» en Irene Montero, una vez formalizada la entrada en aquel gobierno progresista de coalición que finalmente no ha visto la luz, se acerca en los próximos dos meses a un desenlace incierto y probablemente traumático si no consigue una mejoría que nadie prevé.

El partido de los círculos es un hervidero estos días. Todos miran a Madrid y Sevilla, con Íñigo Errejón y Teresa Rodríguez, a la derecha y a la izquierda de Pablo Iglesias, cocinando a fuego lento la venganza.

Hace tiempo que los anticapitalistas pusieron tierra de por medio con su líder. Justo cuando la compra del casoplón de la Sierra de Madrid enterró las esencias fundacionales del partido que Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Íñigo Errejón, Carolina Bescansa y Luis Alegre crearon de la nada. Solo sobrevive el primero.

Ahora, Rodríguez y su marido y alcalde de Cádiz, Kichi González, amenazan en firme con concurrir a las próximas elecciones con su marca Adelante Andalucía, para luego crear un grupo parlamentario propio en el Congreso. Otra «marea» fuera de las manos del secretario general de Podemos. Como dicen los manuales políticos, cuando los candidatos se ven obligados a esconder su marca para intentar salvar los muebles, es que lo que está por venir no es bueno.

Pero, por si fuera poco ese frente andaluz, en una comunidad tan trascendental como Madrid, Íñigo Errejón medita el paso que puede terminar por dar la puntilla a las expectativas electorales de Pablo Iglesias, concurriendo finalmente a la cita del 10-N. La cúpula morada lo da por hecho.

Lo de Errejón, un desagravio frío y calculado por la depuración tras Vistalegre 2, puede ser doblemente dañino. De hecho, algunos sondeos llegan a darle entre cuatro y cinco escaños por Madrid, tocando con los dedos tener grupo parlamentario. Además, esos resultados harían que se quedasen sin escaño algunos de los «últimos de Filipinas» que aún hablan al oído de Pablo Iglesias e Irene Montero. Y es que los asientos como diputado de «coroneles» podemitas como Rafael Mayoral o Gloria Elizo están en serio peligro.

Algunos de los purgados por la mano de hierro de Iglesias explican estos días –en privado– que su líder se ha quedado sin relato que sostener y sin capacidad de ilusionar a los electores. Algo que, a su izquierda, siguen conservando los «anticapis» de Teresa Rodríguez, Miguel Urbán o Kichi González –con el mismo discurso utópico de 2015– y, a su derecha, los «socialdemócratas» de Íñigo Errejón y la ex alcaldesa Manuela Carmena.

Por cierto, en estos momentos Carmena se deja querer. Coquetea y se descarta con la boca pequeña. Pero no oculta el enorme malestar que tiene contra Pablo Iglesias por su «traición» en las pasadas municipales. Como le ocurre a todas las viejas glorias de los partidos, una señal de la ex regidora movilizaría el voto de muchos de sus miles de simpatizantes en la capital de España.

Y con estos mimbres, Pablo Iglesias, Irene Montero y Pablo Echenique afrontan una campaña en la que, además, van a tener que competir con el imponente «fuego amigo» del PSOE de Pedro Sánchez, su BOE, su CIS y su RTVE. Casi nada. Todo ello, sabiendo también que no mantener el suelo de los 42 escaños actuales a la vez que se impide la irrupción en la Carrera de San Jerónimo de las facciones escisionistas de Rodríguez y Errejón, políticamente, sería encerrarse en el «corredor de la muerte».