Opinión

Viva el vino

Hoy lunes, es fiesta de la vendimia en el pequeño pueblo en que habito. Estos días suaves, en que se recoge la uva aquí en el Mediterráneo, son un momento muy dulce, una especie de primavera inversa. Hay años en que los condicionantes meteorológicos –de más o menos lluvia– adelantan la fecha. De hecho, en los últimos años, el cambio climático ha precipitado muchas veces la operación de forma prematura, pero, cuando todo coincide para que se dé en esta segunda quincena de septiembre, el espectáculo es magnífico. El clima es aún suave y veraniego; refresca lo justo por la mañana y el sol calienta los mediodías.

Por tanto, los días previos los gasto circulando en moto por todas las carreteras comarcales de esta región del cava, entre el Garraf y el Penedés. Son vías pequeñas y solitarias, de aire balear, entre viñedos y muretes de piedra donde habitualmente se puede oír el viento entre los pinos. Durante esta semana se transforman en algo menos monacal y solitario, mostrándose repletas de actividad.

Con el inicio de la recogida de la uva, los propietarios van en sus todoterrenos a supervisar la operación en las fincas. Tras cada curva, debes frenar porque, aparte de los todoterrenos aparcados en las cunetas, te encuentras –desde las once de la mañana– innumerables tractores a cuarenta por hora cuyo remolque metálico va a rebosar, sea de racimos de color verde dorado que reflejan el aire cristalino o uvas violeta oscuro que prometen sanguíneas fermentaciones.

El paisaje comarcal que el resto del año es bucólico y solitario burbujea estos días con un ambiente que mezcla perfectamente la alegría festiva y la prometedora laboriosidad. Ordena y peina el territorio con sus filas simétricas perfectamente aradas. No hay horizonte más ordenado y tranquilizador que el de un buen cultivo. Uno se olvida de la desgraciada política y sus coercitivas elecciones.

Por eso hoy, en lugar de pensar en disoluciones parlamentarias, vale la pena unirse a los que trabajan la viña y que, a pie de remolque, calibran entre sus dedos el resultado final de la cosecha. Y, adhiriéndonos, a la clásica y conocida proclama de Raúl del Pozo, exclamar todos juntos el fraterno que viva el vino.