Opinión

Dentro

«Si no puedes con tu enemigo, únete a él», es una máxima que enseña toda una lección de vida, siempre puesta en práctica con provecho. Cambiar las cosas desde dentro es una táctica ancestral, que viene funcionando correctamente desde los tiempos del caballo de Troya. Pese a que, desde las leyes de Ulpiano, sabemos que es lícito repeler la fuerza con la fuerza («Vim vi repellere licet», legitima defensa), la pura fuerza, por legítima que sea, está desacreditada en un mundo en que los más fuertes no consiguen imponer demasiado tiempo su fuerza, y donde la violencia ha perdido todo crédito en las regiones más prósperas del planeta, especialmente después de dos guerras mundiales. Ya antes de la brutal Primera Guerra Mundial abundaban las sociedades pacifistas en Europa, y en la actualidad la cultura de la no violencia está ganando una reputación social que jamás tuvo en la historia. Hoy, la razón del más fuerte no es la mejor, como sí ocurría en las fábulas de La Fontaine, cuando el lobo y el cordero se veían frente a frente. De modo que, el intento de transformar a los lobos, ganándolos para la causa de los corderos (y nunca viceversa) se ve a menudo en todos los ámbitos de la existencia, del político al privado. Esto ocurre con frecuencia en la intimidad de los individuos contemporáneos. Y es llamativa, verbigracia, la tendencia a asimilar los fanatismos, con la idea de así desactivarlos. Esa clásica operación se ha puesto en marcha una y otra vez con movimientos violentos (guerrilleros, monstruos sociópatas, terroristas de todo pelaje...), en la convicción de que, una vez incluidos en el círculo de la legalidad, exculpados sus crímenes, cuando pisaran moqueta y obtuvieran reconocimiento, abandonarían sus costumbres sangrientas. En España se ha intentado en sucesivas ocasiones con terroristas –aunque de eso no se habla mucho–; ocurrió con éxito en la primera Transición, cuando se echó tierra sobre el pasado de muchos «asimilados». Incluso en las relaciones sentimentales existe un recurrente forcejeo entre bellas y bestias: la bella encuentra a una bestia y siente la tentación de domesticarla..., sin pensar que el proceso de domesticación, cuando se ha producido en un pasado lejano, ha costado sangre, sudor, y miles de años. No dos telediarios, como pretenden que dure ahora.