Opinión

Malditos relatos

La obsesión compulsiva por contar los hechos en forma de relatos, con presentación, nudo y desenlace, está acabando con la política. De un tiempo a esta parte, todo se sacrifica en torno al relato, que no deja de ser una visión particular y subjetiva de ver e interpretar la realidad. La política se ha convertido en una lucha por construir relatos y contra relatos, como si se tratase de series de ficción guionizadas.

Del relato como una forma pedagógica de explicar propuestas complejas y soluciones difíciles, al relato como la construcción de una realidad paralela. Relatos que ponen el acento en cuestiones, acontecimientos o propuestas que, en muchas ocasiones, poco o nada tienen que ver con los auténticos problemas de la ciudadanía o con los problemas del país.

De esta forma la política se ha convertido en un campo de trabajo para guionistas, que cuentan dramas, montan comedias o historias épicas, según convenga. En algunas ocasiones los guionistas solo aparecen en los títulos de crédito y a veces ni eso, y son los políticos los que interpretan y ponen voz a los personajes que otros les han creado.

Mucha gente está empezando a cansarse de tanto relato alternativo que nada tiene que ver con sus problemas y sufrimientos. Muchos ciudadanos para escuchar y ver relatos optan por las series de moda en las plataformas especializadas, en lugar de sintonizar los informativos de las cadenas generalistas.

El relato político centrado en cuestiones que sólo importan a los políticos y que tienen más que ver con sus propios intereses que con el interés general está causando hastío y desafección. La desafección política también nace del rechazo ciudadano a la ausencia de respuestas a sus problemas laborales, de salud, a la educación de sus hijos o al futuro de sus pensiones. Para mucha gente, parece como si la realidad política edificada en torno a los relatos se alejase progresivamente de la realidad ciudadana que mantiene los pies en la tierra.

Ante una nueva campaña, tras un largo año electoral y cuatro elecciones generales en cuatro años, los partidos deberían optar por dejar los relatos a un lado y presentar sin florituras sus propuestas, proyectos, programas y soluciones. De lo contrario, pueden crecer los desafectos, la desilusión e incrementarse el abstencionismo que todos los expertos ya anuncian.

La campaña electoral de las próximas semanas debería convertirse en un debate sobre las visiones ideológicas, los proyectos para gestionar la cosa pública y las soluciones a los desafíos del presente y el futuro, que ayudase a los electores a decidir el sentido de su voto. Que los partidos dejen los malditos relatos para la ficción televisiva, y afronten la crudeza del momento desde la política real.