Opinión

Resentir

Lo incómodo del espectáculo público de nuestros días es comprobar que sus más espabilados protagonistas utilizan la política meramente como una lucrativa «profesión» en la que resulta fácil prosperar, una carrera cuyo objetivo es extraer recursos de las venas del bien común que alimenten funcionarialmente a esos (no todos) que han encontrado en la cosa pública un cómodo estilo de vida. Élites extractivas que son conscientes de que la política no solo se paga generosamente, cada mes el mismo día –no como los autónomos, que si tienen suerte cobran el mismo mes de cada año–, sino que conlleva para quien la ejerce el estatus de «autoridad pública» junto con enormes privilegios que al común se le antojan holgados teniendo en cuenta que los disfrutan, sobre todo, los más ávidos mirlos del politiqueo. Esos a los que se puede ver ir de acá hacia acullá, cambiando sus poltronas con soltura y donaire, como destinos en lo universal lo bastante flexibles para permitirles mudarse de una ciudad a otra, de un puestazo a otro, no porque piensen en los españoles, sino porque les preocupa su trasero, o han elegido un colegio estupendo para sus hijos o una urbanización con satisfactorios niveles de seguridad en una comunidad autónoma bien diferente de aquella donde obtuvieron escaño. Eso desagrada al españolito que pena por salir adelante a diario. En un momento en que el panorama laboral está más duro que un bocata de adoquín, la política es un dulce regalado. Mientras el autónomo hace virguerías para pagar la Seguridad Social, el político profesional engorda su plan de pensiones y cobra dietas. En muchos puestos –de la universidad, diplomacia, empresa privada, administración en general...–, haber sido político da puntos, cuenta como gran mérito, mientras que tener publicaciones, premios o trabajos independientes, no vale nada. El agravio comparativo entre el político y el ciudadano corriente cada día es más lacerante, y no contribuye precisamente a disminuir el resquemor general de los obligados tributarios respecto al cuerpo legislativo. Nunca hay que despreciar el potencial del resentimiento social como fuerza de cambio. El sistema de clases está mutando: mientras ellos mantienen unos privilegios extra blindados, los perdedores de la globalización están ultra expuestos a la intemperie fría de los tiempos, creándose así una burbuja de descontento. (Muy inquietante).