Opinión
El "Centrifugador de cabezas"
Ni en sus peores pesadillas imaginó Pablo Iglesias que su proyecto fuera a desmembrarse tan rápido y de forma tan ruidosa. Su responsabilidad en la «bomba» que la repetición electoral ha activado en Podemos es enorme. Tal evidencia agravia a sus hooligans, convencidos de que las desgracias que les afligen deben cargarse al Ibex y demás poderes fácticos. Sin embargo, algunos llevaban tiempo esperando esta descomposición. Aunque pocos imaginaban que el detonador lo fuese a instalar la verdadera mente pensante de aquellas siglas que sorprendieron en 2015. No en vano Íñigo Errejón era el estratega y Pablo Iglesias el espléndido «relaciones públicas» que vendía las ideas.
Basta ver el tsunami que Errejón ha desatado para calibrar el roto que le va a propinar a su antiguo amigo. «Ya no lo somos» (amigos), va aclarando Iglesias a quien le pregunta. Ese «roto» se enumera así: la traición de Compromís en apenas dos horas de Ejecutiva; la voladura de Equo, el socio «verde» de Iglesias; la traición del líder morado en Murcia; el boicot de Podemos Aragón a Pablo Echenique; y los coqueteos de la Chunta y el Mes balear con Más País. Esto hasta hoy, claro, porque las fugas suman y siguen.
Iglesias, pillado a contrapié (pues incluso había descartado el paso al frente de Errejón el 10-N «por falta de tiempo y de estructura»), murió de éxito por sacar a relucir el caudillo que llevaba dentro. «Ha sido un centrifugador de cabezas», resumía en un desahogo el diputado disidente murciano Óscar Urralburu. La política interna de palo y tente tieso ha terminado por volverse en contra del líder. La erosión de Podemos lleva aparejada, según me reconocen próximos a Errejón, un baldón más peligroso para los intereses de Iglesias: por primera vez aparece como vulnerable, incapaz de frenar la estampida de socios, lo que augura también una sangría de votantes.
Errejón ya ha logrado algo que Iglesias dejó de hacer el 28-A y, después, el 26-M: ilusionar. Y aglutina en su aventura «nacional» a un ejército de víctimas del secretario general de Podemos: los purgados por haber militado en el errejonismo, los defenestrados por haberse atrevido a cuestionar la deriva del partido y los desplazados de las listas para acomodar en ellas al clan de «pablistas».
Como ya demostró con Más Madrid en las autonómicas, Íñigo Errejón cree que hay un caladero de votos por conquistar a la derecha de Pablo Iglesias y a la izquierda de Pedro Sánchez. Pero a nadie conviene equivocarse, porque bajo ese disfraz de socialdemócrata moderado se esconde el mismo político de recetas dogmáticas que acompañó a Iglesias en sus primeros pasos: el de los escraches, los cercos al Congreso y la deslegitimación de las instituciones y del «régimen» de la Transición.
En la etapa de portavoz en el Congreso, Íñigo Errejón quiso ser todavía más influyente en las decisiones del «padre»; luego peleó por el «trono» en Vistalegre 2; y ahora va a batallar por quitarle el espacio arrastrándole al arcén de la irrelevancia política. El nuevo líder de Más País tuvo el olfato de saltar a tiempo de un barco que daba síntomas de naufragio. Su imagen amable está intacta. Y ahí está el verdadero riesgo para Podemos: que es un melón por abrir, mientras que el de su antiguo jefe, ya catado por los españoles, no ha salido precisamente «dulce».
A Pablo Iglesias, tan amante de todo lo italiano, estos días sin duda se le aparecerá Giulio Andreotti y su célebre frase: «En política, hay íntimos, conocidos, adversarios, enemigos... y compañeros
de partido».
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