Opinión

Odiseo

Una de las maneras más seguras para conseguir la carcajada general es embarcarse en una interpretación equivocada de lo que significa el término «astucia». Vamos a ver, astucia es hacer algo tan hábilmente que los demás no lo detecten y te salgas con la tuya. Ulises lo hacía en La Odisea para escapar del cíclope Polifemo. Como comprenderán, esa astucia consiste precisamente en todo lo contrario de hacer maniobras infantiles y declaraciones indemostrables que el público y los jueces descubren como falsas en el minuto dos. De haber usado Ulises ese método, tengan por seguro que hubiera sido una gran tarde de merienda para el cíclope. No hay nada más grotesco que presentarse ingenuamente como astuto y hacer el ridículo.

Ahora Quim Torra, cuando ha comprobado que la gran mayoría de los catalanes estamos hartos de él y que en cuanto se celebren elecciones regionales vamos a echarlo, reivindica la desobediencia y busca la inhabilitación para intentar que su salida sea un poco menos bochornosa y ver si puede colar como héroe de la rebeldía. Es tan triste y risible que las mentes políticas razonables no pueden dar crédito. Pero es que desconocen los sesgos y perfiles del fanatismo interesado, puramente fariseo, que la irracionalidad xenófoba del regionalismo ha normalizado en esta zona catalana durante las cuatro últimas décadas.

No conozco personalmente a Quim Torra y no puedo afirmar taxativamente que responda como ser humano a uno de esos perfiles. Pero es imposible ignorar que sí lo hacen sus palabras y acciones y, desde luego, ninguna de ellas es precisamente astuta, aunque a él quizá pudiera parecérselo. Son similares a aquella idea naif de astucia de la que alardeaba Artur Mas cuando provocó todo esto.

A la vista de los hechos, y del talante tan poco despierto que desprenden en general, se entiende como, por ese camino, han terminado en la cárcel todas estas lumbreras que, por disponer de cierto poder en un momento coyuntural, pensaron que la ley y sus conciudadanos admitían pamplinas. No es operativo confundir astucia con triquiñuela. Ni todo un presidente de la Generalidad debería haberse conformado nunca con ser un simple muñeco de alguien que hablaba con las tripas.