Opinión

Juego

Hay un cambio profundo en la geografía urbana: proliferan las casas de juego que abren en locales abandonados por la crisis durante años. Los juegos on line también prosperan, tanto como esos centros que se ofrecen tentadores en los lugares más insólitos de ciudades e incluso pueblos. En una época en que el dinero se gana con mucha dificultad trabajando, pero parece estar fácilmente dispuesto para ser conseguido de variopintas maneras –todas las cuales no implican esfuerzo, ni talento, ni merecimiento...–, el juego se propone como un incentivo para una generación de jóvenes que sueña con enriquecerse de forma rápida y fácil, tal como han aprendido –en la ficción y en la vida real– que se puede hacer.

Las noticias están llenas de ejemplos de personas que consiguen fortunas de la forma menos digna o convencional que quepa imaginar. La economía de nuestra época ya no es hija del orden y de la asiduidad, como pensaba Cicerón, sino descendiente directa de la rapiña, la astucia vacía y el riesgo. Los más jóvenes, que aún no han completado su desarrollo neurológico y por tanto son más vulnerables, ven cómo sus padres trabajando duro, con contención y ahorro, no logran salir de la escasez a la que su clase social los condena, mientras personajes de renombre hacen caja explotando su sexo, su inmoralidad o su estupidez.

Y sacan sus propias conclusiones... Prefieren la incertidumbre de la suerte a la seguridad mal premiada del esfuerzo cotidiano. Los psiquiatras dicen que las recompensas que el azar distribuye por el cerebro humano producen una adicción tan fuerte como droga dura. Pero lo peor del juego, sea on line o en las casas de apuestas que se abren por doquier, sobre todo en los barrios menos pudientes, o más castigados por el paro, no es la fácil tentación que supone para los jóvenes, sino la utilización de figuras populares, de famosos, famosillos y famosetes, para hacer publicidad de tal actividad.

Si bien, el famoso que usa su cara y su nombre para incitar al juego, para promocionarlo, quizás no sepa cuánto deteriora su imagen, y que probablemente su lucrativa actividad de hoy, el caché que cobra por esos anuncios, le pasará una enorme factura negativa, al contado, en un futuro no tan lejano como él imagina.