Opinión

Los señoritos

A Puigdemont, Guardiola y Xavi Hernández el general de la opinión pública les afea su apoyo a nazis y delincuentes. Por supuesto, siempre tendrán una bolsa regional de fieles que los ensalzará como guías iluminados hagan lo que hagan. Pero como ese tipo de adoración te la asegura cualquier entorno totalitario, termina resultándoles insuficiente para su vanidad: quieren además el reconocimiento intelectual y moral. Lo que pasa es que entonces esos malvados de la prensa y los comentaristas se fijan en los aspectos éticamente hipócritas de las proclamas del trío y así no hay manera de conseguir el respeto que buscan.
No queda muy bien que animes a colapsar los servicios de un país mientras tú estás en otro, a salvo de esos trastornos, cobrando de regímenes totalitarios mientras los simples trabajadores e inmigrantes de tu democrático país tienen que sufrir una vida aún más complicada por tus caprichos ideológicos. Más bien queda de señorito. No existe mayor vergüenza, al fin y al cabo, que callar ante la pena de muerte y seguir cobrando; no hay deriva más nazi y autoritaria que pedir la muerte de alguien. Parece mentira que todavía a estas alturas, en pleno siglo veintiuno, haya que repetirlo todavía en voz alta una vez más: no se mata. No ayuda en ningún modo que, en un video cazado en Bruselas, aparezca precisamente el rapero favorito del independentismo haciéndose el matón mientras amenaza a un chaval.
Con todos estos apoyos tan discutibles, entre algunos catalanistas empieza a arraigar la sospecha de estar haciendo el primo. Sobre todo, porque Torra les anima a manifestarse, luego les envía a la policía y finalmente les dice: «Gracias por alimentar mis porras». Y todo para que uno pueda conservar un poco más su sueldo, el otro colocar a su hermana en el gobierno regional y el de más allá entrenar algún día al Barsa. Con esos intereses particulares, dudo mucho que se amplíe la base de votantes. Más bien van a conseguir que el cincuenta y dos por cien de los catalanes de a pie reciba a los antidisturbios (sean mozos de escuadra o policía nacional) con la misma sensación de alivio con la que los franceses veían llegar a los americanos para liberar París de las SS.