Opinión

Anti-S

Se define como antisistema a todo aquello que se opone al sistema constituido, en concreto a las personas o a los grupos de ellas que con su pensamiento, ideología o acción expresan su disconformidad con el orden político y social establecido. Si bien hay muchas clases de antisistema, porque es un concepto que está lleno de matices, centrándonos en los que atañen a la política es fácil comprobar que, durante mucho tiempo, quienes controlan el sistema –especialmente los gobernantes, pero no solo ellos: también los diversos poderes que dirigen a la sociedad, de la banca a los medios de comunicación– tuvieron la infundada idea, enloquecida y temeraria para sus propios intereses, de que bastaba con incluir «dentro» del sistema de control y poder a los excéntricos antisistema, a aquellos que se oponían furibundamente al régimen establecido, para «domesticarlos» y convertirlos en mansos toros pastueños, cegados por la posibilidad de atracarse de moqueta, como si ésta fuese una sabrosa y tierna hierba, especial para ganado de corral… Pero no. En la historia han sido muchas las personas disconformes con el sistema. Los perdedores, por lo común, aunque no solo ellos. Sin embargo, pocas veces como ahora contaron fácilmente con la posibilidad de acceder al mando de control del sistema, a su corazón, para desde allí mismo dinamitarlo. Y hete aquí que en estos tiempos, eso es lo que está ocurriendo, para sorpresa de los mismos que propiciaron que así fuera: que algunos antisistema están gobernando el sistema, llevándolo por el camino de su perdición con el objeto de demolerlo y a partir de ahí construir una realidad nueva, para apropiársela. Sucede en diversos lugares de Occidente, no solo en Cataluña, donde hoy se muestra al mundo la cara más demente de un proceso cuya conclusión lógica no puede ser otra que la violencia, como ya estamos viendo. El proceso del independentismo catalán corre el riesgo de evolucionar en sentido opuesto al que recorrió el separatismo vasco agresivo. En el País Vasco la violencia más dura y sangrienta fue el primer ciclo de una serie independentista airada que duró décadas y concluyó (aparentemente) en la «integración» dentro de la política del «sistema». Y el catalán se expone a lo contrario: a empezar con la política para acabar en pura violencia, en «rauxa» autodestructiva.