Opinión
Títere sin cabeza
¿Por qué Quim Torra se empeña en simular que es débil mental? Sabemos que ha sido capaz de trabajar en un ámbito profesional internacional, que los textos que ha escrito pueden ser humanamente repugnantes pero están ordenadamente organizados desde el punto de vista gramatical, que sabe ser educado y guardar las formas sin que un hilo de baba se deslice desde su mentón hasta el suelo cuando le da la mano a alguien. Eso no lo hace cualquiera.
Por eso la incredulidad es la única reacción posible ante el psicotrónico y alucinado discurso que se permitió segregar en el parlamento regional al día siguiente de que los CDR quemasen el centro de Barcelona. Dijo cosas formidables, como empezar hablando de honestidad y atribuírsela toda a sí mismo sin ningún pudor ni modestia. No dejaba nada para los demás. Era prodigioso. Obviamente, perdía de vista que, si algún hecho sistemático de su labor política hemos presenciado todos, ha sido la norma conspicua de decir una cosa y hacer la contraria, con lo cual autocalificarse enfáticamente de honesto no sé si es la idea con más posibilidades. Si le digo que sospechamos que no es sincero ¿entenderá usted, querido Torra, por qué nos embarga esa sospecha? ¿Comprende usted que nos resulta muy difícil creerle? ¿Entiende los motivos de esa dificultad?
Otra cosa colosal, ciclópea, que usted dijo fue la siguiente: «Vivo en la verdad». Ahí va. Yo he vivido en la calle Rosellón, no sé si eso será suficiente. Pero su frase traslada resonancias bíblicas del tipo: «Yo soy la verdad y la vida». Se halla, pues, a un paso del endiosamiento, pero recuerde que la única divinidad catalana, fuera de la Biblia, es argentina; y luego está el subgénero «dios culé» que, para algunos, es Guardiola. Con sinceridad, Torra, es usted el peor presidente de nada que haya visto en mi vida. Tiene usted el único portavoz de gobierno balbuceante de la Historia, a quien pudimos escuchar el mismo día en el programa de Alsina atascándose y diciendo que cortar carreteras y quemar contenedores estaba recogido en la declaración universal de los derechos humanos. El problema no es que usted nos mienta, sino que se miente a sí mismo y el resto viene por añadidura.
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