Opinión
El trilema de las pensiones
Un trilema es un conjunto de tres proposiciones que son incompatibles entre sí: sólo dos de ellas pueden darse al mismo tiempo. Uno de los trilemas económicos más famosos es el que acuñó Dani Rodrik: globalización, soberanía nacional y democracia serían, a su entender, incompatibles, de modo que sólo podrían darse globalización y democracia sin soberanía nacional (democracia global), soberanía nacional y democracia sin globalización (mercantilismo) o soberanía nacional y globalización sin democracia (dictadura librecambista). Dejando de lado los problemas del trilema de Rodrik, lo cierto es que el sistema público de pensiones español se enfrenta a su propio trilema: mantenimiento de la actual generosidad del sistema de pensiones, sostenibilidad financiera y equidad intergeneracional son incompatibles entre sí. Mantenimiento de la actual generosidad del sistema y sostenibilidad financiera son incompatibles con la equidad intergeneracional (el sistema de pensiones sólo puede financiar las presentes condiciones de jubilación sangrando impositivamente a la generación actual de trabajadores); la actual generosidad de las pensiones y la equidad intergeneracional son incompatibles con la sostenibilidad financiera; y, finalmente, la equidad intergeneracional y la sostenibilidad financiera sólo son compatibles con el recorte a largo plazo de las condiciones de acceso a las pensiones. Durante los últimos años, la Seguridad Social española ha primado conservar la generosidad del sistema a costa de su sostenibilidad financiera (enorme déficit público) y de la equidad intergeneracional. La falta de equidad entre generaciones la hemos comprobado no en el hecho de que los impuestos sobre el trabajo se hayan disparado para cubrir el agujero del sistema público (las cotizaciones sociales no han aumentado de manera significativa durante los últimos años, salvo acaso para los autónomos), sino en que tanto el Gobierno de Rajoy como el de Sánchez se han fundido el Fondo de Reserva de la Seguridad Social. Recordemos que los beneficiarios de este Fondo deberían de haber sido el conjunto de cotizantes a la Seguridad Social (todos aquellos que lo han nutrido) y no sólo la generación actual de pensionistas. Desgraciadamente, después de haber rozado una dotación de 70.000 millones de euros, los sucesivos gobiernos lo fueron destinando a cubrir el déficit actual de las pensiones, dejando de este modo al sistema sin activos financieros propios para hacer frente a sus desequilibrios futuros. La última retirada de recursos de la Seguridad Social la acaba de realizar Pedro Sánchez: 3.500 millones de euros para costear la extra de Navidad de los actuales pensionistas. Tras semejante sustracción, el Fondo apenas contará con un capital de 1.500 millones: es decir, el equivalente a unos cinco días del coste de las pensiones. ¿Qué nos restará de él a todos aquellos trabajadores que, merced a nuestras cotizaciones, también contribuimos a dotarlo en el pasado? La nada. Así, cuando los futuros pensionistas suframos los recortes en nuestras carnes, recordemos que una parte de los mismos se deberán a que nuestros políticos se han fundido la totalidad del Fondo de Reserva en beneficio de la actual generación de pensionistas. Una medida muy poco solidaria y equitativa.
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