Opinión
Halloween
Hoy por fin acabaremos con todo esto de marear los restos de Franco. Vayamos ahora, pues, a por los de Juana la Loca. ¿Qué? Si hemos sacado de su tumba, deprisa y corriendo, los restos de un difunto solo porque un socialista guapo tenía que presentarse a unas elecciones y no estaba muy seguro de que le alcanzaran los votos, no cabe duda de que se podrán encontrar motivos poderosos para remover cualquier otro resto.
Estoy totalmente de acuerdo en que es una injusticia (y un poco macabro) enterrarse como dictador en pie de igualdad en medio de tus víctimas. Pero es también injusta y tomada a la gruesa la leyenda de turulata que se le ha atribuido a la pobre hija de Isabel y Fernando. El chismorreo histórico se ha difundido tomando como base cuatro datos que son verdaderamente muy poco fehacientes e incontestables. Total, la llaman así solo porque se mostró algo impulsiva. El cine ha añadido el bulo de que no solo estaba loca sino, además, buenísima; pero a nadie se le ha ocurrido pensar que quizá podría haber sido simplemente víctima de un síndrome de Touret o un trastorno del tipo Asperger. ¿No estaremos haciendo una injusticia brutal y una discriminación injustificable llamándole turulata?
La única manera de salir de dudas es utilizar la ciencia y recurrir a los avanzados métodos de diagnosis modernos. Hay que abrir la tumba de Juana y extraer de sus huesos un poco de ADN. Seguro que habrá una moderna manera de, examinando sus genes, saber si se encuentra en ellos indicadores de una de esas enfermedades raras. No hay peor tormento para un enfermo que añadir, al dolor que sufre, la acusación de que su dolor es imaginario y que está mal de la cabeza. Eso es simplemente tortura.
Quizá mi planteamiento les pueda parecer insólito o descacharrante. Pero piensen que, al fin y al cabo, proviene de un simple ser humano al que se le ha anunciado que hoy podría encontrarse en la curiosa tesitura de ver pasar volando por el cielo los huesos de un dictador de hace ochenta años y que, además, en ese caso, tal fenómeno depende del agua. Por tanto, en esta posmodernidad líquida hay que reformular los viejos versos de Alberti. A galopar, a galopar, hasta desenterrarlos en el mar.
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