Opinión
El «Plan Sánchez» para anular a Casado
Dos semanas por delante, y en el aire el propósito de lograr una mayoría que le permita gobernar. Pedro Sánchez se la juega y está decidido a emplear las armas a su alcance. Su núcleo duro lo tiene claro: la «memoria histórica», con el traslado de Francisco Franco todavía en la retina, va a ser el símbolo socialista de la campaña. El PSOE ha optado por depositar su expectativas en esa medida (desde luego la más aplaudida por sus bases en los mítines en estos días), aunque algunos colaboradores del presidente reconozcan no estar seguros de que le dé muchos votos. Eso sí, confían en que al menos sirva para movilizar a su gente. Ante todo buscan tocar la tecla de la beligerancia de Vox para crear en el imaginario de la izquierda la amenaza de la «ultraderecha».
La polarización que reflejaba la famosa foto de Colón funcionó el 28-A. Activó el miedo a un «trifachito» formado por Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal. Pues bien: por más que aquello haya quedado atrás; por más que, meses después, muy pocos estén dispuestos a comprar «el peligro» de la bandera de las tres derechas; por más que zarandear ese relato otra vez ante las urnas presente demasiados claroscuros... Sánchez se ha abrazado a ello en precampaña para apurar los últimos bocados de Unidas Podemos y, sobre todo, quitarle un trozo del pastel a Ciudadanos.
No obstante, a la luz de las encuestas, incluidas las que maneja el Partido Socialista, el desencanto con Rivera está alimentando el zurrón de PP y, en menor medida, el de Vox. Así que el margen socialista para crecer por el centro cae en saco roto. «Ahí no hemos rascado nada», me reconocía días atrás un estrecho colaborador de Sánchez. «Pero –se consolaba– los bloques permanecen estancos». Sobre las consecuencias de ese futuro escenario de bloqueo... la procesión va por dentro.
El socialismo se ha estampado contra el giro de Casado a la moderación. El líder popular se ha reforzado al abandonar la agresividad mostrada en la anterior carrera electoral. Ante el horizonte del 10-N ha sabido dulcificar su imagen. La sobreactuación de Abascal también le ayuda. La campaña del centro-derecha se está construyendo sobre un eje dicotómico: «Poli bueno, poli malo». Algunos consideran incluso que se trata de una tácita «entente» entre los máximos dirigentes del PP y de Vox para rentabilizar sus respectivas opciones sin erosionarse. De hecho, en el entorno del presidente en funciones hay quienes dan por seguro que existe un acuerdo de «no agresión» entre bambalinas de Casado y Abascal para repartirse los papeles. Sea o no así, en ese equilibrio reside, probablemente, su capacidad de acelerar la descomposición de los naranjas.
Llegados a este punto, Sánchez busca remover el tablero con la «memoria histórica» como desesperada baza para aupar a Vox. Si Abascal mantiene el tono disparado, duro, haciendo de la cuenta atrás electoral una especie de cruzada para el nacionalismo español, tal sprint político recortará el crecimiento de Casado, complicando sus aspiraciones de acercarse a sobrepasar a Sánchez. En el laboratorio estratégico del Palacio de La Moncloa han visto además que ésa es una buena manera de desviar el debate de los grandes asuntos que preocupan a los españoles, donde no salen bien parados. Como la situación económica o el incendio de Cataluña. Aspiran a que en lugar de examinar los desafíos que tiene España, la campaña se empotre en el ruido del trasnochado guerracivilismo abierto
por el PSOE.
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