Opinión
Con-fusión
Los miembros del partido de gobierno catalán herederos del de Jordi Pujol tienen una filiación política conservadora, de derecha nacionalista catalana; pese al desconcertante cambio de siglas de su(s) partido(s), representan a la tradicional burguesía catalana. Hay que recordarlo porque, desde lejos, muchas personas pueden sentir confusión y no saber ya qué adscripción ideológica tienen unos gobernantes cuya actitud está lejos de la sensatez conservadora, de una prudencia casi timorata –excepto cuando hablamos de corrupción, claro–, que se adjudicaban tradicionalmente a la derecha. Si bien, igual que ha ocurrido con la derecha en otros lugares del mundo –Trump, Boris Johnson, Bolsonaro…– los nuevos líderes han adoptado una actitud antisistema en su discurso e incluso en el ejercicio del poder, que algunos tachan (despectiva y, quizás, ligeramente) de populismo. Y es que los modos del nacionalismo, que no lo olvidemos: es de derechas, en el siglo XXI están fusionándose con los de un mundializado y vigoroso indigenismo, reivindicado por la izquierda, de manera que los nuevos discursos, resultantes de combinar la actitud nacionalista rebelde de la derecha con las esencias indigenistas de una izquierda que busca nuevos sujetos ideológicos después de asistir a la emancipación del viejo proletariado decimonónico (que se liberó en el siglo XX, transformándose a su vez en clase media), posee un irresistible atractivo demagógico y parece indestructible al blandir las banderas de los oprimidos: pueblos que se presentan ante la historia como originarios y explotados por aquellos otros que han ejercido la «ocupación». El pueblo víctima se rebelaría ante la injusticia, mientras el ocupante estaría ejerciendo la violencia colonial. En una época pos colonial y globalizada como esta, qué ironía… Aunque cabalgar contradicciones es algo intrínseco a los (anti)discursos políticos de esta primera mitad del siglo XX. De hecho, la contradicción no importa, como tampoco el ridículo, la falsedad, la locura o el interés particular. El impulso principal para apoyar una determinada opción política, como se está demostrando, es muchas veces irracional, de una emoción desbocada, cimentada en la indignación, la frustración o la venganza personal, y puede atender a razones poco razonables. Así, no resulta difícil para algunos líderes políticos conducir caprichosamente ese caudal popular hacia una meta a su conveniencia: de la «desobediencia civil» a la violencia. (Más que fusión, confusión, oiga).
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