Opinión

Las ideas

Con la aparición de los nuevos partidos, el catálogo de pormenorización ideológica ha aumentado en nuestro sistema político. Se ofrecen opciones que intentan ajustarse más a las diversas ideas que se detectan entre los votantes. Aumenta el idealismo, mostrando tantas facetas interesantes como preocupantes, porque en política el idealismo es muchas veces sólo una excusa para no reconocer realidades desagradables. A lo largo de la Historia, se ha usado como pretexto para ocultar palpables intereses. El idealismo también puede ser una forma de total evasión de la realidad, puede erigirse en la excusa perfecta para pasar por alto las cuestiones morales pendientes abiertas en el seno de una sociedad.

Marx pudo haber dicho que el proletariado no tiene patria, pero es bien sabido que izquierdas populistas como la de Ada Colau demuestran que sus votantes no comparten ese punto de vista. Las clases sociales más desfavorecidas son especialmente susceptibles al populismo y los jóvenes son lógicamente más vulnerables a la manipulación idealista. Quienes están en el poder ya no son creídos (independientemente de que se esté de acuerdo o no con ellos) y es común la convicción de que mienten como parte de su oficio. Antes, se aceptaba que los políticos no dijeran a veces la verdad, pero se esperaba de ellos que no dijeran mentiras directas. Esa expectativa ha bajado y no puede combatirse solo con idealismo. Sucedía más en Europa que en Estados Unidos, pero la última década ha acercado mucho ambos mundos. Si los partidos democráticos actuales, por miedo a la impopularidad, renuncian a abordar las cuestiones morales presentes en la comunidad, otros partidos (quizá menos democráticos) ocuparán ese espacio para darles contestación. Conseguirán atención con respuestas más que discutibles. La mentira en cargo público deberíamos tipificarla más duramente (no hace falta llegar a la guillotina para penalizarla). La pluralidad en los medios de comunicación públicos tendría que reglamentarse de una manera real, no fingida. La falta de cultura democrática que ha aumentado en las tres últimas décadas va a ser lo más urgente a corregir. Y no servirán idealismos ni banderas para todo este trabajo.