Opinión
Estrategia
«Estrategia» es un impresionante ensayo clásico, de Sir Basil Liddell Hart (Arzalia ediciones, 2019), que fue lectura de cabecera de importantes estrategas como el general Patton, Erwin Rommel o Guderian, además de Kennedy, quien lo leía con fruición durante la crisis de los misiles de Cuba en 1962. En él se analiza, verbigracia, cómo la armada británica fue utilizada por Churchill en 1914 como un instrumento que sirvió, no para ganar batallas, sino como eficaz elemento de bloqueo. Ese bloqueo seguiría creciendo hasta que, asegura Liddell Hart, asfixió a su presa, pues «la impotencia conduce a la desesperación y la historia da fe de que el factor que decide las guerras es la pérdida de esperanza antes que la pérdida de vidas». Afortunadamente, en nuestro mundo son raras las guerras cruentas, porque la sociedad occidental ha consensuado que repudia la violencia, pero padecemos otras guerras terribles, en las que no se derrama sangre, pero sí infelicidad, injusticia, miseria o sufrimiento. Por eso la máxima de Sir Basil «Si quieres la paz, entiende la guerra» sigue siendo un perfecto sustituto del viejo axioma «Si quieres la paz, prepárate para la guerra». Nuestros políticos, sin embargo, continúan anclados en los antiguos principios que rigieron el mundo durante el siglo XX. Pese a presumir de «novedad» (que suelen confundir con mera «juventud»), sus maneras son antiguas, por eso se preparan para la guerra, para sus batallitas personales, en vez de estudiarla y tratar de comprenderla precisamente para evitarla. Resultaría casi enternecedor, si no fuese inquietante, oír a algunos hablar de «la teoría de los juegos» aplicada a la política, un conocimiento superficial que deben haber obtenido leyendo sobre el tema en forocoches, pues ni siquiera son capaces de denominarlo bien: «teoría de juegos», resumiendo frívola y equivocadamente toda una teoría científica en un Tweet. Por eso estas elecciones quizás no sean las últimas a corto o medio plazo, porque las guerrillas de salón plenario continúan: demasiada estrategia, siempre superficial y ramplona, un exceso de juegos –con el poder por el poder como premio–, y un alucinante desdén hacia los ciudadanos, que sufren con dolor auténtico por cada jugada o estrategia mema de trileros de moqueta palaciega con una nómina tan sobresaliente como su inconsciencia. Porque la vida no es un jdd* videojuego.
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