Opinión
Odio geriátrico
Ahora que ha dimitido; para que se hagan una idea del miedo que incluso descabalgado provoca Albert Rivera en el catalanismo, me permitirán que cuente un episodio que, aunque parezca increíble, sucedió este lunes mismo. En un magazine de tarde de TV3, llamado «Tot es mou» («Todo se mueve») le dedicaron a su marcha un perfil personal. Dos presentadores, Sheila Alen y Genís Sinca (a los que cito porque en estas conductas es importante mencionar nombres y apellidos), pusieron énfasis en señalar que los abuelos de Rivera eran emigrantes malagueños, que por lo visto tenía unos tíos que habían muerto, según los presentadores, de sida y drogas (así, a bulto) y que era un chico «de corbata» (sic) que provenía de un pasado generacional de miseria (ignoro cual es la valoración objetiva de la miseria informativamente).
«Tot es mou» es un programa de tarde de TV3 que solo ven abuelas y jubilados. Obviamente, quedaba claro el perfil de insidia xenófoba que desprendía todo ello, centrándose en supuestos orígenes sociales y no mencionando en ningún momento si estaba casado, si tenía hijos o cuales pudieran ser sus inquietudes religiosas o filosóficas. En general, el tono era el de aquel viejo filisteísmo social y connotación insidiosa que ya no aceptamos en esta península ni siquiera en las charlas de bar. Parecía como si se aspirara a la destrucción de la figura por lo que significa, no sea que tras él fuera a llegar otro. Esa connotación de los venidos de fuera que pueden progresar socialmente y adquirir poder y notoriedad: un mensaje para las asustadas abuelas autóctonas que pasan las tardes frente a TV3. En el fondo, una prolongación de lo que Jordi Pujol dejó por escrito cuando habló de una manera repugnante de la «miseria moral» de la inmigración. Parece mentira que sea una cadena pública quien coloca ahí el listón de su altura moral, inoculando pedagogía del odio a la tercera edad.
Los chicos jóvenes de las barricadas son relativamente importantes. Románticos e ignorantes, crecerán y tendrán que elegir entre vida o cárcel. A mí lo que me preocupa es la prescripción de estas habladurías a las abuelas. ¿Acaso lo que queremos es ser tan solo un país de yayas rencorosas?
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