Opinión
¿Y la butifarra qué?
Existen grandes frases de casi todos los políticos de la Historia. Lincoln, Churchill, Clemenceau, De Gaulle… todos dijeron cosas inolvidables que han pasado a los libros y al comentario político. Quim Torra quiso tener también su frase inolvidable esta semana, pero algo falló y lo más comentado que segregó fue una cosa muy rara vinculada a las propiedades intestinales de la butifarra con judías. Evidentemente, será una frase siempre asociada a él, pero me temo que por razones diferentes a las esperadas. O sea, que tendrá más predicamento en el mundo cómico que en el ideológico.
Consciente de que es prácticamente un cadáver político, decidió enmascarar su incompetencia intentando posar de mártir represaliado en la vista en la que se jugaba su inhabilitación por desobedecer a la junta electoral. Se lanzó a una táctica suicida que hubiera provocado un colapso coronario en cualquier abogado defensor que no estuviera tan curtido como el de Sito Miñanco. Culpó a la junta, a la justicia, al franquismo, habló de la guerra civil y hasta se comparó a sí mismo con Companys aunque a él solo lo riñen por no quitar un lazo. En fin, se quiso pintar a sí mismo como un héroe valerosísimo, pero la cosa no acabó de funcionar del todo porque, claro, la mención previa a las ventosidades y la butifarra le quitaba unos cuantos grados de épica al asunto y lo deslizaba más bien al terreno de la astracanada intelectual.
Se hizo rodear de sus corifeos independentistas para ir hasta las escaleras del juzgado y Puigdemont puso además a su servicio a TV3 entera para que hiciera una cobertura total del evento. Pese a tanto esfuerzo, la cosa quedó algo deslucida: el séquito de fieles al final eran cuatro gatos, Torra salía zumbando y se quedaban los pobres en la calle cantando «Els Segadors» con Gonzalo Boyé de único publico. Todo un poco penoso. Casi tan endeble como los argumentos que quiso esgrimir Torra para justificar su desobediencia ante el juez.
Usando el tiempo que se le concedía para hacer su alegato final, intentó colocarnos a todos un mitin al que quiso dar pretensiones de alegato histórico, pero que le quedó un poco pobre. Se resintió el alegato tanto por la evocación butifarresca que flotaba (nunca mejor dicho) en el ambiente, como por la cualidad ciclotímica que suelen tener sus parlamentos. Empezó reconociendo, desganadamente y casi contrito, que había desobedecido y, acto seguido, intentó sacar pecho con rememoraciones históricas que no venían mucho a cuento, en las que solo le faltaba remontarse a Viriato. Era visible que buscaba una frase que quedara en los anales de la Historia, pero quedó claro que, desafortunadamente, había interpretado «anales» en el sentido equivocado y más escatológico del término.
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