Opinión
La voluntad del pueblo
A mí me dan risa y pena estos antifascistas que no saben lo que es el fascismo. ¿Cómo puedes luchar contra algo que desconoces y que tan solo imaginas? No reconocen que el nivel de fascismo en nuestra sociedad, comparado con el panorama hispano de hace medio siglo, es residual; pero los jóvenes se aburren en una sociedad próspera. Dado que tienen racionados los beneficios de esa prosperidad, se impacientan. El tiempo se les escapa: quieren ser héroes y tocar futuro ya. Futuro próspero, a poder ser. Dado que siempre existirán injusticias, buscan con prisa soluciones. Cuando esto se hace atropelladamente, siempre se acaba en promesas facilonas. Nacionalistas, populistas, oportunistas y unos cuantos bribones se aprovechan de ello.
Pero el totalitarismo no es solo el bigotito de Hitler ni un dictador o sátrapa en concreto. El totalitarismo es creer que existe algo como «la voluntad del pueblo». Eso es pensamiento totalitario. Si crees en esa tontería de que existe la voluntad del pueblo ya estás listo para que venga un taumaturgo a decirte que es él quien interpreta esa supuesta voluntad. Nunca queda claro donde empieza y acaba esa «voluntad del pueblo» y, por ello, cada tiranuelo define esa frontera según sus intereses. Pero lo cierto es que «el pueblo» nunca expresa su voluntad y es imposible que lo haga. Cuando votamos, lo hacemos los individuos, uno por uno y al mismo tiempo, sin saber cada uno lo que vota el otro. Por lo tanto, no hay un sujeto llamado «pueblo» al que pueda interrogarse y decir qué cosa pretende con ese reparto de votos. El siguiente paso totalitario será decirte que esa supuesta «voluntad del pueblo» está por encima de las normas. En ese presente andamos. Pero no podemos ignorar que la marca de coches más famosa que fundaron los fascistas se llamaba «coche del pueblo (Volkswagen) y que la palabra que inventaron para autobautizarse fue la formidable «nacionalsocialista». La democracia es la voluntad recogida de los individuos canalizada a través de las normas. Las normas pueden cambiarse, pero siempre a través de los procedimientos democráticos e institucionales. Sin trampas. Menos guerreros del antifaz y más verdaderos antinazis.
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