Opinión

Sentar las bases

El punto flaco de la democracia representativa es, precisamente, que no es representativa del todo. Quienes quieren descalificarla, intentan hiperdimensionar esa flaqueza para negar la mayor. Conscientes de esa estrategia de márquetin populista, los partidos (para contrarrestarla torpemente y que no se diga) gustan de hacer votaciones en las que supuestamente consultan a sus bases. Pero lo cierto es que esas votaciones responden más a la vanidad de las directivas que a una voluntad de sus militantes o votantes.Para que fuera real ese supuesto sistema de democracia horizontal, tendría que estar basado en votaciones populares totalmente libres. A la hora de la verdad, lo que sucede es que todas estas votaciones, supuestamente populares y asamblearias, tienen también sus procedimientos propios para ser reorientadas hacia donde conviene. Un ejemplo de ello lo tuvimos en noviembre de 2018, hace un año, cuando Podemos tuvo que enfrentarse al caso de Manuela Carmena. Puesto que esa formación es quien pretende presumir de usar más esos sistemas (debido a su procedencia asamblearia del 15-M) ha terminado siendo la que precisamente se ha metido en más ingratos y sonrojantes laberintos a causa de ellos. Las luchas entre Tania Sánchez e Irene Montero, entre Monedero y Errejón, entre el propio Iglesias y Bescansa, añadidas al caso del chalé de Galapagar, pusieron de relieve que esas consultas no eran tan democráticas ni asamblearias como se explicaba luego. Sobre todo, evidenciaron que no resolvían de ninguna manera definitiva (tal cómo pretendía vendérsenos) el habitual problema en los partidos del equilibrio entre limitaciones de la libertad en el voto y disciplina de acción en los grupos ideológicos que quieren hacer política. Al final, nos encontramos de nuevo con la clara oposición entre dos sistemas: el representativo y el plebiscitario. El primero es un sistema complejo para proponer proyectos complejos en un mundo complejo. El segundo es un placebo para tranquilizar a quienes la complejidad asusta. Porque si preguntamos en un referéndum: «¿quiere usted un gobierno bueno?», está claro que todos responderemos que sí. Lo complicado es saber «cómo» conseguirlo.