Opinión
Centro
No sabemos por qué si en España, según encuestas, indicativos y votaciones, el centro es la opción política predominante (oscilando del centro izquierda al centro derecha según la época, y con muy poca variación en los bloques ideológicos), las opciones políticas que gobiernan y deciden siempre son los extremos (de izquierda, derecha, nacionalistas, independentistas…). Quizás el sistema privilegia a las minorías, en su escrúpulo democrático y garantista por protegerlas. El centro es el Santo Grial de la política española, cuyos miembros activos se desgañitan invocándolo, pero pocos han visto en realidad. La derecha –entre la prudencia y el temor ante la mejor imagen pública que siempre tiene la izquierda, pese a estar igualadas en número de votos– suele poner el epíteto «centro» antes de «derecha», usando la palabra, el concepto «centro», como un escudo con el que protegerse de la acusación de «derecha», en un país heredero de la dictadura franquista, que ni olvida su historia ni tampoco hace esfuerzos por intentar no repetirla. Contra lo que cupiera pensar, es posible que queden poquísimos franquistas en España, además de la familia (y no toda) del extinto dictador y algunos entusiastas. La derecha española no es franquista entre otras cosas porque el franquismo fue un sistema personalista –el de Francisco Franco–, y su ideario no podía trascender la figura de su creador, como sí ocurre, verbigracia, con el peronismo, dado que éste era una amalgama de principios (y, sobre todo, finales) que combinaban la corriente presidencialista de Perón con sindicalismos varios y la idea, confusa pero siempre bien recibida por la sociedad, del «justicialismo», que pocos de sus defensores sabrían definir. El centro es una aspiración de equilibrio y moderación en un país que gusta de extremarse en la barra del bar, o en la cena familiar de nochevieja, más que en la urna. Vivimos en un país que busca desesperadamente el centro pero tiene un sistema electoral que privilegia y prepondera a los extremos, que son quienes finalmente deciden las políticas que modelan la vida de los ciudadanos, su felicidad o desgracia, su hacienda o miseria, su futuro o la nada. Tenemos una democracia tan escrupulosa que atiende a los extremismos como a especies necesitadas de protección, y que favorece al zorro porque está en minoría respecto a las gallinas.
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