Opinión
Otra
Del profesional de la economía que sale por la tele al economista aficionado que ha hecho un máster on line en sumas y restas en la Universidad de Verano de Disneyland París y también sale por la tele, o ese otro que no es economista y a duras penas sabe multiplicar por cero, pero también sale por la tele… Son tantos los que hablan de «la crisis que viene», a diario, desde hace un par de años –que yo lleve la cuenta–, que una no sabe cómo los contribuyentes aún tenemos fuerzas para comprar el pan de cada día para nuestros hijos sin que nos paralice o fulmine la preocupación por el derroche que nos disponemos a cometer. Más que una crisis, nos anuncian un Apocalipsis zombie. Lo hacen personas muy listas y bien informadas pero también memos que tocan de oído y hablan de lo que cuentan por ahí otros que divagan sobre lo que se dice que sale en algunas tribunas mediáticas… «¡La crisis, el hundimiento, la que se nos viene encima, la desaceleración!». Lo mezclan todo, como si fuese lo mismo una desaceleración que una crisis o una recesión. Da igual. Como están obligados a hablar de algo, usan términos económicos, que no tienen nada que ver unos con otros, como sinónimos. Decía hace poco Felipe González que otra Gran Recesión como la que hemos sufrido y aún soportamos –¿o es que ya se ha acabado y la mayoría no nos hemos enterado?– no seríamos capaces de aguantarla. Cierto. Llevamos once años tremendos en los que hemos sufrido de las más variadas maneras, todas las cuales tienen que ver con el empobrecimiento, la pérdida de patrimonio, la precariedad laboral y sus efectos asociados (tragedias personales, sociales…). Quienes invocan «otra crisis» están mentando la soga en casa del ahorcado, amenazando a los exhaustos ciudadanos con que les espera otra década de miseria como la que apenas han dejado atrás, lo que sumaría más de veinte años de dolor e imparable degradación social. Estoy de acuerdo con González: ¿quién podría soportar algo así? Incontables personas, atemorizadas por esta enloquecida predicción, no consumen, posponen compras y tratan de economizar lo que pueden ante el terror que infunden los profetas de la catástrofe autocumplida: porque pánico y crisis siempre van juntos.
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