Opinión

Irreductible

La puesta en marcha del Congreso mostraba esta semana como nuestra sociedad se halla en este momento escindida en innumerables clanes y camarillas. El desinterés en consensuar una única fórmula para jurar la Constitución era el ejemplo más representativo. Todos estos clanes, si han aparecido, es porque se guían únicamente por intereses particulares. Guiarse en política exclusivamente por lo particular puede funcionar para algunos a medio y corto plazo, pero en una democracia no sirve a largo plazo. Sencillamente, porque prescinde de hacer de la justicia abstracta un asunto público. Y, cuando existe una gran cantidad de votantes que a lo que aspiran es a la moderación y la civilización, resulta inevitable que tarde o temprano todos ellos se coloquen del lado de elevar la justicia abstracta a tema público. Porque detectan instintivamente que ese ha sido el único lazo verdaderamente irrompible entre los humanos civilizados a lo largo de la Historia. Ese lazo constante de la idea de justicia se encuentra en la revuelta de Espartaco, en las revisiones del juicio de Dreyfuss, en el envío de la Guardia Nacional estadounidense a los estados del sur cuando los gobernadores regionales xenófobos no querían cumplir las leyes antisegregación de la lucha por los derechos civiles. Todos esos votantes mesurados lo detectaban y lo acababan prefiriendo, pero no por una idea más o menos endeble y narcisista de supuesta superioridad ética y moral. Lo acababan prefiriendo sencillamente porque eran los que más tenían a ganar con ello. Son siempre los más desfavorecidos (no solo social o económicamente, sino desfavorecidos por las exigencias, presiones, matonismos) los que menos tienen que perder con el restablecimiento de la justicia. Y ese interés público obligará siempre a toda ideología, de Podemos a Vox. Más de un millón de votos se fueron a la abstención entre las últimas elecciones porque juzgaron que ninguna de las alternativas que se les ofrecía era justa. Ahí están, esperando que los recojan. Lo justo como tema público se parece a una enredadera que nunca deja de crecer. Si la cortas por aquí, reaparece por allá. Y resquebraja los muros ideológicos más dogmáticamente impenetrables.