Opinión

Otoño

Pocos recuerdan ya la «Primavera árabe». Apenas Google. Un movimiento que, apoyado en los instrumentos de la nueva revolución tecnológica, se contagió por el mundo árabe desde 2010 a 2013. Comenzó en Túnez, cuando un pobre vendedor ambulante se inmoló como protesta por los abusos que soportaba, una víctima más del paro galopante, la corrupción y el autoritarismo. Se la denominó «revolución democrática» y dijeron que las potencias occidentales eran parte interesada, cínica. Cayeron gobiernos. Libia se convirtió en un estado fallido (aún más). Siria comenzó una guerra interminable y cruel de consecuencias impredecibles que han desestabilizado incluso a Europa. Nada cambió a mejor. La democracia brilla por su ausencia. Muchos países implicados siguen contando sus muertos y la falta de derechos humanos es más flagrante, si cabe, que antes. Pero en pocos años hemos pasado de la primavera árabe al «otoño americano». Latinoamérica está viviendo su propio proceso de protestas, semejante al del mundo árabe, cuyas consecuencias aún no calibramos. A mi modo de ver, alguien ha aprendido la «lección» de la primavera árabe y está aplicando procesos muy parecidos como métodos de desestabilización en el espacio político americano (¿mundial…?). Insatisfacción y precarización son un buen caldo de cultivo de revueltas potenciadas por la tecnología: método usado en los países árabes, que ahora se pone en marcha en los americanos. Sirve para prender la mecha del derrumbe de sistemas políticos «enemigos». Solo hay que encender la chispa. Hay cera suficiente para que arda todo de manera inmediata. Basta un empujón para el desmoronamiento. La primavera árabe quizás fuera un gran fracaso político «democrático», pero desde luego sirvió para hacer cambios radicales en gobiernos de países que parecían inconmovibles, y para generar un caos que se reprodujo por buena parte del espacio occidental, cuyos efectos todavía nos conmueven económica y políticamente: afectó a Alemania con la crisis de refugiados, y ello se tradujo en consecuencias muy duras para países comunitarios obedientes del mandato germano. A los del Este, que hasta entonces parecían seguir su propia senda, ajena en muchos sentidos a la Europa occidental, donde está el germen de la Unión Europea, también los perturbó, espoleando movimientos políticos y sociales extremos, desobediencias, rupturas con la UE, fracturas económicas, etc. ¿Cuáles serán, para el mundo, para todos nosotros, las consecuencias del «otoño americano»?