Opinión

El tálamo

Estamos entrando en la fase ciclotímica del cortejo a ERC para la investidura. Incluso ejemplares tan bragados como Ábalos salen de las reuniones con la mirada perdida del púgil sonado al borde del KO técnico. No deja de ser una situación curiosa. Al fingido aplomo con que los socialistas entraron a negociar le ha sustituido unas maneras que transparentan desconcierto, inseguridad y, digámoslo francamente, miedo. Es como si se vieran venir que Pere Aragonés va a hacerles un Aitor Esteban en cualquier momento. Es decir, la misma práctica amatoria que los peneuvistas le hicieron a Rajoy hace dos años. Son las cosas del poliamor: muchos entran en ese juego confiados a la seguridad en sí mismos y, luego, experimentan el desagradable sabor de la incertidumbre y la desconfianza.

Sin embargo, da la sensación de que a los socialistas no les preocupa tanto la postura gimnástica que les va a tocar como el hecho de tener que explicarla en público. Lo entiendo. A nadie le gusta tener que airear los detalles raros de sus filias. La situación se asemeja extraordinariamente a la de muchas parejas heterosexuales. Una parte quiere tener relaciones diarias y la otra, semanales. En cualquier caso, queda claro que, independientemente de cual sea el resultado, la actitud machista corresponde en este cortejo mutuo a ERC, por mucho que se diga en posteriores videos que los que hablamos catalán estamos vacunados contra el machismo gracias a nuestro idioma.

Y es que eso de esperar unos días más para quitarse la ropa interior, aunque ya se prometa el resultado, es una táctica que practicaban mucho las mujeres de estrategias machistas hace años. Luego, se dieron cuenta que jugar a esos chantajes (por miedo al que dirán) era jugar, al fin y al cabo, en el terreno del machismo y muchas abandonaron esas prácticas. ERC teme que digan de ella que es facilona. Pero eso se lo dirán en su aldea catalana, que está muy apueblada. El resto de la aldea global lo único que espera ya es que se anuncie el momento del clímax para ponerse con la cencerrada. Y, mientras tanto, no se pierdan a Puigdemont en el papel de la vieja del visillo, diciendo: «Mira, mira, le ha puesto una mano en el muslo. Que golfa».