Opinión
Precarios
Porque estamos pagando, con intereses, la factura del rescate bancario, sumada a la cuenta de la globalización, que había convertido a buena parte de Europa, y en concreto a España, en «incompetentes» (o sea: que no podían competir) respecto a otras regiones del mundo que producían más, mejor, y más barato debido a sus legiones de mano de obra necesitada que nunca conocieron conquistas laborales, sindicales o sociales… No es extraño, entonces, que el resultado, tras doce años largos de ir abonando la cuenta, sea una precarización brutal de todos los estamentos de la sociedad occidental, y en concreto de la vieja Europa, donde España brilla por el mucho sufrimiento soportado. Digo «estamentos» casi en un sentido medieval, o al menos homólogo. Precarios, en realidad, a estas alturas lo somos todos: desde los repartidores de comida, que están expuestos a un gran número de accidentes de tráfico, hasta la propia Monarquía, que también ha sido precarizada (pérdida de confianza, popularidad, privilegios…). También se llama «Precaria» al imaginario país que, dicen, se formaría en América latina con los 180 millones de pobres que habitan la región. Pero la precariedad española no solo ha dado lugar al «precariado» como clase trabajadora, sino que los ciudadanos han trasladado con su voto esa precariedad que padecen en sus vidas hacia la política. El fin del bipartidismo es poco más que la consecuencia de la precariedad de los votantes, que han castigado, responsabilizado, a los dos partidos hegemónicos con una pérdida de poder paralela a la que los propios contribuyentes han padecido en sus vidas. Los peores trabajos y sueldos del ciudadano le han reportado inseguridad, inestabilidad, dolores de cabeza y problemas existenciales, enfermedades mentales, rupturas familiares… Ese ciudadano precario ha querido, pues, que su malestar tenga un reflejo exacto en el arco político, dando lugar a un Parlamento fraccionado hasta las trancas, en el que resulta harto difícil componer el puzzle de la gobernabilidad. Freud hablaba del «malestar en la cultura», asegurando que generaba en la sociedad sentimientos de culpa, sufrimiento e insatisfacción. En nuestra época, podemos hablar del «malestar de la economía», porque la sociedad está padeciendo las consecuencias de que los «Estados de bienestar» se hayan convertido de golpe en «Estados de malestar». De modo que, sí: precarios ahora somos todos. O casi.
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