Opinión
El «sorpasso» madrileño
Madrid ha conseguido dar el «sorpasso» de PIB a Cataluña, con los nuevos datos presentados por el INE. A lo largo de 2018 la Comunidad de Madrid había generado bienes y servicios por 230.800 millones (el 19,2% del PIB nacional), mientras que Cataluña los había generado por 228.700 (el 19% del PIB nacional). En realidad, hace ya mucho que Madrid había superado a Cataluña en aquella variable que realmente importa por ser la que mide nuestra calidad de vida (a saber, el PIB por habitante), pero el hecho de que Madrid, con menos residentes que Cataluña, también la haya rebasado en el PIB, debería constituir motivo de reflexión para todos. Primero, y por comenzar con la autocrítica, conviene rebajar un poco el triunfalismo regionalista de Madrid. La comunidad se beneficia no sólo de un evidente y poderoso «efecto capitalidad» (la mayor parte del gasto burocrático del Estado se concentra aquí y, a su vez, la sede central de muchas empresas nacionales y extranjeras se ubica en la Villa y Corte por constituirse en centro neurálgico), sino que además la inversión en infraestructuras del Ejecutivo también ha adoptado una forma incuestionablemente radial que ha mejorado mucho la intercomunicación de la capital con el resto de España y del mundo (para comprobarlo, basta con estudiar la forma de la red ferroviaria de alta velocidad o comparar el tráfico aéreo de Barajas con el de El Prat). Por consiguiente, a igualdad de circunstancias, Madrid disfruta de ventajas estructurales frente a Cataluña. Pero, las circunstancias distan de ser iguales. En las últimas décadas, el gobierno regional de Madrid ha ido abriendo y flexibilizando su economía dentro de su (limitado) abanico de competencias: los impuestos no sólo no han subido, sino que han bajado de manera ininterrumpida (con la excepción del negro interregno de Cifuentes) y las regulaciones para la prestación de servicios se han ido flexibilizando (horarios comerciales, nueva economía o actividades privadas sustitutivas de las públicas). La región dista de ser perfecta (un corsé que ahora mismo está constriñendo su crecimiento es la restrictiva Ley del Suelo, que dificulta la ampliación de la oferta de inmuebles y el abaratamiento de la vivienda), pero dentro de España sí constituye un oasis diferencial de libertad. Y mientras Madrid se iba abriendo, Cataluña se ha ido cerrando. Incluso dejando de lado la disrupción del «procés», la región ha seguido una línea de subidas fiscales (la última pactada hace unos días entre ERC y Els Comuns) y de regulaciones cada vez más intrusivas (contra la libertad comercial, contra los alquileres, contra Uber, etc.). Al final, el intervencionismo antimercado pasa factura y a Cataluña ha terminado pasándosela. Ojalá los intelectuales catalanes no se ensimismen criticando las ventajas relativas que, sí, posee Madrid frente a Cataluña y comiencen a plantearse todo lo que también han hecho comparativamente mal en los últimos años.
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