Opinión

Inocentes

Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre si la legendaria «matanza de los inocentes», atribuida a Herodes I El Grande (c. 74 a. C.), fue un hecho real, o tan solo otro mito del cristianismo. En lo que sí suelen coincidir es en que, si no es verdad, podría serlo, porque Herodes fue un «basileo» (rey, en griego) que gobernó 37 años con una brutalidad de la que no parecen quedar demasiadas dudas, y que practicó de forma bastante democrática: empezando por su propia familia, a muchos de cuyos miembros no dudó en ejecutar cuando le molestaron (mujer, hijos, parientes…). En efecto, la atrocidad siempre deja rastros en la historia. Como la estupidez. Herodes era grandilocuente en todo lo que hacía, desde la construcción de templos al asesinato. Estaba obsesionado con las obras públicas, y arrancaba la piel a tiras de los ciudadanos con tal de obtener impuestos que llenaran sus arcas, que el vaciaba acto seguido en empeños fatuos. Prefería exterminar a los generadores de tributos, sin darse cuenta de que, si los arruinaba, ya no podía seguir extorsionándolos. Era un megalómano que gustaba de construir nuevas ciudades, templos suntuosos e incluso clases aristocráticas inéditas donde nada había. Como constructor, fue imbatible y muchas de sus obras aún se siguen visitando como atracciones turísticas (el Templo de Herodes, el puerto de Cesarea Marítima, Masada…). También fue un ingeniero social tanto o más contundente y eficaz que Stalin. Murió de una enfermedad renal, aderezada de una gangrena genital, haciendo buena la teoría, anticientífica pero justiciera, de que un tirano nunca tiene una muerte tan confortable como su vida. Como temía que nadie llorase en su entierro, dejó la orden de ejecutar a algunos notables para asegurarse de que habría lágrimas en el momento de su desaparición de este mundo. Su delirante personalidad hace que a nadie le extrañe, pues, que pudiera decretar la matanza de los niños menores de dos años que habitaban entonces en Belén, que se calculan unas 20 criaturas. Cómo un hecho semejante se celebra hoy gastando bromas, llamadas «inocentadas», es un misterio. Tal vez ocurre que la historia tiende a convertir la tragedia en comedia con el paso de los siglos. O quizás es que opera aquella terrible sentencia de que siempre pagan justos por pecadores.