Opinión
Tarantino sería feliz
Es evidente que vamos a tener un gobierno pleno de referencias cinematográficas. ¿Recuerdan la escena final de «Reservoir Dogs» de Tarantino? Los protagonistas terminaban apuntándose todos, unos a otros, a la cabeza y el espectador sabía que aquello no iba a acabar bien. Esa es la sensación que provoca exactamente el variopinto ordenamiento ideológico del Gobierno apañado por Sánchez e Iglesias. Podemos encontrar desde capitalistas puros y duros hasta anticapitalistas exclusivamente teóricos sin ningún tipo de experiencia. ¿Cómo se conjuga una cosa y la contraria? Cuando el señor rojo le lleve la contraria al señor azul, ¿quien mediará para que nadie tome daño?
Si el proyecto de Gobierno propuesto en la investidura hubiera sido de orientación centrista ya nos parecería difícil, pero al menos habría alguna esperanza. Ahora bien, todo lo dicho en los debates estuvo orientado al frentismo para contentar al populismo ambiental. Así que, desde esa premisa, cualquier discrepancia más o menos acalorada que surja dentro del Gobierno se resolverá probablemente (aunque ellos no lo deseen) por el venerable método de a ver quien la tiene más grande (la demagogia populista, me refiero). No es extraño pues que el primer paso que hayan dado los tejedores del nuevo Gobierno (incluso antes de estar este nombrado) sea pactar un protocolo para que unos no hablen mal de otros sin pasar antes por un control centralizado de las declaraciones. Lo que se quiere anunciar como un intento de ordenación no es más que, en realidad, una muestra de desconfianza e inseguridad. Lo divertido para el público será observar quien se lo salta primero y cual será la excusa que usan como argumentación para disimular.
Siguiendo con las referencias cinéfilas, podríamos decir que se necesitaría un poder férreo digno de un supervillano para poner orden en esa jaula de contradicciones, pero es que además Pedro Sánchez lleva incorporado, en este gobierno, un mini-yo como el de Austin Powers y eso lo hace todo todavía más imprevisible. Le guste o no a Sánchez, lo que ha concitado todas las especulaciones de los comentaristas es cual va a ser el comportamiento de ese mini-yo, si cobarde y complaciente o malévolo y maquinador. Ha centrado más la atención esa cuestión que toda la política futura del propio presidente. Lo que está claro es que mucho descanso no tendrán, porque por el camino les van a salir al paso enseguida unas cuantas emboscadas. La primera, el destino penitenciario de los condenados por sedición («The Hateful Eight», de nuevo Tarantino) y también los insultos y reproches que les van a llegar desde la ultraderecha («Inglourious Basterds», por seguir con la línea de parangones argumentales de films tarantinianos).
O sea, que quién le iba a decir a Tarantino, mientras escribía guiones durante las últimas décadas, que en ellos iba a profetizar cual Nostradamus la peripecia futura del Gobierno de España. Visto desde esa óptica, resulta todavía más paradójico que escogiera una canción del grupo español Los Bravos para presentar su última película, una canción titulada además «Bríndame un poquito de amor». La conformación del Gobierno, donde se ha buscado un perfil económico conservador para contentar a Europa, no provocará miedo. Lo provocará la inestabilidad que lleva ya inseminada en su interior. ¿Se imaginan que cuando Harvey Keitel salía del banco tras haberlo atracado en «Reservoir Dogs» le hubiera dicho a Tim Roth «tranquilo, señor naranja, no nos juzgarán por lo que hemos hecho sino por lo que somos»? Todo el público se hubiera burlado porque sabe desde el minuto dos que ese personaje es un policía infiltrado.
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