Opinión

El FMI y los ricos

Desde Podemos llevan varios días celebrando que el Fondo Monetario Internacional (FMI), supuesto abanderado del neoliberalismo global, acabar de afirmar que, en determinados contextos, subirles los impuestos a los ricos podría incrementar los ingresos del Estado sin mermar el crecimiento económico. Si incluso el FMI da su visto Bueno a la medida, ¿qué argumentos pueden quedar para oponerse a tal medida? El recurso retórico empleado por Podemos incurre al menos en tres falacias. Primero, el FMI jamás ha sido el abanderado del neoliberalismo global: el FMI nació originalmente como un instrumento del keynesianismo para permitir prolongar el endeudamiento exterior de los países una vez éste devenía insostenible dentro de un sistema (parcial) de patrón oro; tras el abandono de Bretton Woods, el FMI se reconvirtió en una burocracia multilateral diseñada para canalizar, vía créditos preferentes, el dinero de los contribuyentes de los países solventes a los gobernantes manirrotos de los países insolventes. Y en su rol de prestamista preferente, el FMI ha presionado en muchas ocasiones a los Estados deudores a que recorten el gasto o a que suban los impuestos para recuperar el dinero que se les entregó. Nada de todo esto tiene que ver con el neoliberalismo, sino con un entramado de créditos entre Estados donde unos exigen a los otros que les devuelvan las sumas adelantadas. Segundo, lo que el FMI ha dicho es que, en aquellas economías en las que los ricos consuman un menor porcentaje de sus rentas que las clases medias y en las que tampoco inviertan productivamente su mayor ahorro, un aumento de la fiscalidad sobre los contribuyentes más pudientes combinado con un aumento del gasto o con una rebaja impositiva al resto de la población podría impulsar el crecimiento y finalmente la recaudación. En realidad, se trata de un resultado elemental que es conocido entre los economistas desde hace décadas, lo cual no significa que sea aplicable a una sociedad como la española. ¿Realmente las rentas altas no invierten productivamente su ahorro en una economía, como la nuestra, que está tan necesitada de nueva inversión para dinamizar su crecimiento? Y aun cuando fuera así, ¿un incremento de los impuestos a las rentas altas no podría minorar la recaudación si esas rentas altas reducen, a modo de reacción, sus bases imponibles? Sólo respondiendo negativamente a estas dos cuestiones (y hay poderosas razones para responder positivamente a alguna de ambas), la hipótesis del FMI tendría cierto sentido. Y tercero, el único motivo por el que una persona puede oponerse a una subida de impuestos no es sólo por criterios económicos, sino también por criterios morales: aquéllos que han generado sus ingresos de manera legítima no tienen por qué someterse al parasitismo estatal sino que deberían poder conservar sus muy lícitos derechos de propiedad. Es decir, aun cuando fuera cierto que explotando y parasitando a los ricos consiguiéramos más recaudación estatal, eso no justificaría per se la explotación y la parasitación estatal de los ricos (ni tampoco, huelga decirlo, de los no ricos). Las razones para subirles los impuestos a los ricos siguen siendo tan buenas o tan malas como antes de que el FMI se pronunciara y Podemos aprovechara propagandísticamente tales declaraciones.