Opinión
Desjudicia… (déjenlo correr)
Posiblemente, una de las primeras iniciativas de gobierno que se emprenda estos días sea instaurar un premio gordo para quien sea capaz de pronunciar de tirón sin equivocarse la palabra «desjudicialización». Por supuesto, no parece que (en contra de lo que se diga) haya muchas ganas en realidad de desjudicializar nada ya que una de las primeras afirmaciones del nuevo Gobierno fue asegurar que iba a presentar denuncias por amenazas en los juzgados. La palabra desjudicialización, por tanto, es una excusa. Tan solo un invento. En realidad, no existe ni como palabra. El primero que judicializa es obviamente quien vulnera la ley, porque automáticamente se pone en posición de ser juzgado. Lo que se intenta con tanta invención de palabras es simplemente disfrazar conductas muy concretas. En este caso, blanquear unos delitos para intentar que los amiguetes de conveniencia esquiven las garras de la ley. Es revelador que, paralelamente, estos mismos días, Jordi Pujol vuelva a aparecer en TV3 con un manto de silencio sobre sus viejas conductas. Está claro que aspira a pedirse para sí mismo una desjudicialización a medida.
El uso de grandes dosis de palabrería va a ser habitual los próximos meses para intentar justificar conductas impresentables. Los filólogos, por tanto, vamos a tener mucho trabajo, ocupados en detallar las cortinas de humo del trilerismo semántico. Un ejemplo es la designación de Dolores Delgado como fiscal general. Se ha querido aducir su prestigio técnico como escudo que desvíe el escándalo de la evidente anomalía democrática que supone su nombramiento. Pero, de nuevo, se pretende jugar con la proximidad de las palabras. Porque nadie duda de la capacidad técnica de la ex ministra que es de primera fila. Ahora bien, capacidad no significa prestigio. Prestigio es una cosa mucho más compleja compuesta de ingredientes tales como dignidad, credibilidad, educación, autoridad moral, etc. Y, en ese sentido, Delgado, ante la gente de la calle, está inevitablemente desprestigiada, guste o no, por su contacto con las cloacas de Villarejo. Sus palabras fueron fáciles de pronunciar y fáciles de entender, con ese tono de copazo de cazalla que coloquialmente cualquiera justifica como conversación de bar. Exactamente igual que las supuestas conversaciones de gimnasio de Trump. Pero el hecho es que se dejó decir lo que dijo: que para trabajar nada como los hombres, que viva la información vaginal, que tal colega es un moñas. Su capacidad técnica está intacta, pero su prestigio ha quedado tocado por bocazas. Alguien que ha dicho esas cosas, ¿cómo va a pretender que hagamos el esfuerzo de aprendernos la palabra «desjudicialización»? Total, para cuatro días que va a ser usada. Así que no se cansen: des-ju-di-cia-li… bah, para qué el esfuerzo. Si en el fondo es un timo. A la hora de jugar con las palabras, para que funcione, la primera regla es que el juego ha de ser sencillo y accesible.
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