Opinión

Pin..

Viendo un documental en Youtube interrumpe un anuncio. Sin tiempo para saltarlo, veo el anuncio entero. Con una atención horrorizada. Son anuncios baratos, deben serlo. Esta vez, un apuesto mozo está publicitando las bondades de un máster. Dice que el máster cuesta 500 euros de nada. La cifra «500!!!» (sin los signos de apertura de admiración) aparece impresa encima de la cara sonriente del jovencito. «Es un máster equivalente a uno que, en otro lugar, costaría docenas y docenas de miles de euros», exclama el muchacho. Cuando dice «docenas y docenas de miles de euros» aparece en pantalla la cifra «15.000 euros!!!». Me doy cuenta de que el tipo no tiene ni idea de lo que son las docenas, ni las centenas, ni los miles, ni las decenas de miles… Quizás no sabe multiplicar, ni leer una cifra con más de tres ceros. (Inquietante). Por otro lado, últimamente he visto en la prensa noticias –tremendas, pero pasan inadvertidas–, sobre niños o bebés que han sido envenenados, con resultados catastróficos para sus vidas o su salud, en varios hospitales al «confundirse la medicación» que les administraban: les daban «gramos» cuando se les había prescrito «miligramos» de la medicina correspondiente… Etc. Puede sospecharse, pues, que probablemente estamos asistiendo a las consecuencias terribles de la denigrante educación que se viene suministrando en las últimas «decenas» de años por lo menos: un sistema que «aprueba» a los alumnos sin alfabetizarlos, que se limita a «igualarlos», dándoles el título sin garantizarles unos conocimientos mínimos, y ése sí es un «pin» parental que debería importarnos. Desde el mundo de la cultura y las humanidades, siempre dispuesto al llanto, nos quejamos a menudo (¡con razón!) de que la filosofía está desapareciendo de los planes de estudios, que cada vez hay más personas a las que no se les ha enseñado a elaborar un pensamiento crítico… Aunque nadie protesta porque los niños no sepan matemáticas básicas: sumar, restar, ¡dividir!, leer una cifra, distinguir 100 miligramos de un gramo, una decena de una docena, un millar de un millón… Luego, esos niños crecen, se hacen adultos. Trabajan en lugares delicados, que requieren habilidades reales. Y publicitan másters de manera ridícula, analfabeta –lo que no importa demasiado–, pero también pueden medicar, por error, y matar a alguna criatura con su ignorancia.