Opinión

Las repercusiones económicas del coronavirus

Hasta el momento, el coronavirus es una epidemia de carácter regional: todavía no se ha extendido a la categoría de pandemia global y esperemos que nunca termine sucediendo. No sólo por la tragedia humanitaria que ello supondría –con una mortandad estimada del 2%, bastaría que se contagiara el 20% de la humanidad para que los muertos rondaran los 30 millones de personas–, sino también porque tendría consecuencias económicas devastadoras, que empeoraría de manera muy notable las condiciones de vida del resto de la población. Sólo pensar en los efectos que podría tener la paralización de la mayor parte de las industrias productivas globales, así como el cierre preventivo de fronteras a la circulación de personas –y, por tanto, también de bienes y servicios–, debería hacer sonar todas las alarmas sobre el auténtico potencial del desastre que podría llegar a avecinarse.
De momento, sin embargo, reina un prudente optimismo en que China logre contener la expansión internacional del virus y, por tanto, en que los daños queden circunscritos esencialmente a este país asiático. Ahora bien, no pensemos que éste, el escenario más optimista sobre el que ahora mismo se está trabajando, equivale a un escenario carente de perjuicios económicos. Aun cuando el coronavirus quede controlado dentro de China, el daño que habrá terminado provocando no será menor.
Recordemos: China representa ahora mismo cerca del 20% del PIB mundial –cuando en 2003 estalló el síndrome respiratorio agudo severo, su peso era menos de la mitad que en la actualidad– y se esperaba que en 2020 su crecimiento económico fuera del 6%; esto es, se esperaba que China aportara un 1,2% de crecimiento en el PIB mundial. Tras el estallido del coronavirus y toda la disrupción económica que ya ha provocado –fábricas paralizadas, trabajadores extranjeros repatriados, cierre de fronteras, cese de importaciones, etc.–, los analistas consideran que el crecimiento a cierre de año quedará entre un 2% y un 5%. Si verdaderamente China terminara expandiéndose sólo a una tasa del 2%, el PIB mundial dejaría de expandirse en ocho décimas únicamente como resultado, repito, de los efectos que ya ha provocado el coronavirus.
Pero es que, además, no pensemos que este menor crecimiento vinculado al pinchazo chino afectará a todos los países por igual. Los principales perjudicados serán los mayores socios comerciales de China. A saber: Japón, Corea del Sur, Estados Unidos y… la Unión Europea. Al cabo, la Unión Europea en su conjunto es el principal exportador a China, esto es, es el bloque económico que más directamente se verá perjudicado por la ralentización del país asiático. Y dentro de la Unión Europea, la economía más afectada será Alemania, que a su vez es el segundo socio comercial de España.
En otras palabras, si se frena China, se frena Alemania y si se frena Alemania, se frena España. Lo hemos podido comprobar a lo largo de 2019 con los efectos de la guerra comercial entre EE UU y China –que casi mandaron a Alemania a la recesión y que ralentizaron todavía más a la economía española–, y todo apunta a que lo volveremos a comprobar en 2020 a cuenta del coronavirus
–aun cuando, insistimos, termine siendo contenido y controlado dentro de China–.
Así las cosas, éste no es el mejor momento ni para derogar la reforma laboral, ni para subir impuestos, ni para continuar incrementando el salario mínimo, ni para despreocuparnos del déficit público, ni para encarecer todavía más el precio de la electricidad. Pero parece que el Gobierno nos llevará por esa senda caiga quien caiga.

China baja sus aranceles

El único efecto indirecto positivo que acaso pudiera terminar teniendo la crisis del coronavirus es el de acelerar la resolución del conflicto comercial entre EE UU y China. La extrema debilidad del país asiático ya ha conducido a que anuncie una reducción de sus aranceles contra EE UU, para así aliviar su mala situación económica. Si el Gobierno de Trump hiciera lo propio –aunque fuera como medida temporal y cuasi humanitaria para contrarrestar los efectos devastadores de la epidemia– podríamos empezar a sentar las bases para una solución definitiva y verdadera en el futuro. Confiemos en que todas las partes se muestren responsables en momentos tan delicados como éste no sólo para la buena marcha de la economía, sino también para la supervivencia de decenas de miles de personas.

La deuda pública se cronifica

De acuerdo con las últimas estimaciones de la Comisión Europea, la deuda pública española no bajará del 96% del PIB hasta el año 2030. O dicho de otra forma, que toda la próxima década será una década pérdida en materia de saneamiento de nuestra situación financiera. Dado que todos los políticos, una vez llegan al Gobierno, quieren seguir gastando mucho más de lo que ingresan a costa de endeudar a los contribuyentes, ninguno de ellos posee incentivos reales para reducir el déficit y, por tanto, a minorar la deuda. Para más inri, el actual Gobierno socialcomunista tiene entre sus principios despreocuparse del rigor presupuestario para impulsar el gasto público. Una irresponsable mezcla que no contribuirá, por desgracia, a que los malos augurios de la Comisión Europea sean desmentidos por la realidad.

Stiglitz quiere prohibir Bitcoin

El premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, ha propuesto esta semana que los gobiernos prohíban las criptodivisas como Bitcoin. A su juicio, estos activos monetarios sólo sirven para actividades delictivas como el blanqueamiento de capitales. En realidad, parece que Stiglitz desconoce tanto la naturaleza como las funciones de Bitcoin: por un lado, Bitcoin no es susceptible de ser «prohibida», dado que es una moneda absolutamente descentralizada que no puede, por tanto, someterse al control de ninguna autoridad política; por otro, el principal uso de Bitcoin no es, ni de lejos, la comisión de actividades delictivas sino actuar como activo refugio frente al celo parasitario del Estado. Precisamente porque Bitcoin es inconfiscable por el Gobierno, mucha gente invierte en Bitcoins para protegerse del Gobierno.