Opinión
Diálogo
Dialogar tiene buena reputación. Dialoga quien posee tolerancia, comprensión. Diálogo significa comunicación, esperanza en que los problemas se solucionarán cuando las partes «hablen». Diálogo es lo contrario de confrontación, lucha o violencia, pues implica amabilidad, escucha activa, conversación y acuerdos. Sin embargo, en nuestros tiempos resulta paradójico observar cómo individuos de pasado y/o presente violento (terroristas, tiranos brutales, etc…) reclaman «diálogo», algo que es lo opuesto absolutamente a su siembra de terror, caos o derramamiento de sangre. Por casualidad, Cuba suele ser escenario habitual de «procesos de diálogo», por ejemplo entre los terroristas de las FARC o del ELN y el gobierno colombiano. Lo malo es que no abundan los casos de diálogo con resultados positivos, civilizados, concretos. Los procesos de diálogo tienden a alargarse en el tiempo, sin resolver nada. Posponiendo problemas, creando nuevos nudos gordianos, pudriendo las situaciones de conflicto, incluso agravándolas y recrudeciéndolas. Pese a la buena voluntad (que no dudamos) de algunos mediadores, entusiastas del diálogo y sus recompensas (como el premio Nobel de la Paz). Quizás porque violencia –institucional o terrorista– y diálogo son incompatibles. Evo Morales quería que el Papa intermediase en una mesa de diálogo que le permitiera, mientras durase, seguir acariciando la presidencia de Bolivia. Verbigracia, el narcomunismo ha hecho del dialogo una forma de legitimación y de ruptura, metiendo a algunos países en una paradoja política interminable que le permite ganar tiempo mientras persigue sus objetivos a largo plazo. Entretanto negocia, normaliza el horror, controla a la sociedad. El neocomunismo, enemigo de los negocios, es sin embargo fanático de esa seductora negociación a la que denomina diálogo. Pero los más sufridos opositores al castrochavismo en Latinoamérica rechazan frontalmente el diálogo porque lo catalogan como una maniobra de distracción neo o narcomunista. Creen, además, que el pueblo desconfía de las mesas de «diálogo», las considera viciadas. La gente común –dicen– piensa que diálogo equivale a apaños, que «todas las partes implicadas se arreglan entre ellas», y que dialogar siempre resta fuerza a quien ejerce la oposición (algo que ciertamente ocurre con el independentismo catalán: ganan votos los «rebeldes» de Junts sobre los «dialogantes» de ERC). Y aseguran que Bolivia ha logrado (de momento) superar la etapa narcomunista de Evo Morales precisamente porque no ha habido diálogo. Ninguno.
✕
Accede a tu cuenta para comentar