Opinión
E-abejas
Suponíamos que la última revolución digital traería riqueza, económica, social, y hasta espiritual… Que las redes sociales introducirían un cambio positivo en las comunicaciones. Desde luego, todo ello ha generado grandes beneficios a corporaciones que ya adolecen incluso de gigantismo, que podrían morir de éxito, pero los provechos individuales están por verse. Los que resultan evidentes son los muchos perjuicios que su uso y abuso genera en las personas, especialmente las más vulnerables: fomentando la ansiedad, la dificultad de concentración, una probada disminución progresiva del CI, problemas de visión, etc. En el terreno de la ideología también han logrado gran impacto, y la política se vive hoy, verbigracia con el uso habitual de redes sociales, en forma de emociones-colmena: a través de los incontables canales sociales tecnológicos se replica hasta la saciedad una misma idea, que se convierte en obsesiva, para el individuo y el grupo. La emoción se globaliza así, se colectiviza, oscila en su intensidad, dando bandazos por el espacio incomprensible de internet, donde es copiada y reproducida “ad nauseam" en un ejercicio rápido y brusco, que azota las conciencias mediante palabras e imágenes crudas, junto a notificaciones que parecen látigos espoleando la rabia, la tristeza o la más descabellada esperanza de las personas. El pensamiento colmena fríe a notificaciones a la ciudadanía. Como lluvia intensa, infatigable. Las personas viven conectadas a las descargas del móvil, cada notificación aviva el ansia, la realidad y el deseo. La tecnología sincroniza a la colmena, puede conducir su furia sobre el mapa social con la precisión del navegador de un vehículo. Los disturbios callejeros, las ocasionales protestas producidas en distintas ciudades, no tienen cabezas visibles, líderes concretos a los que interpelar, con los que negociar. O en todo caso son abejas reinas bien ocultas, que con sus sensores invisibles dirigen la rabia de la colmena hacia objetivos concretos. Paradójicamente, esta colmena social, lejos de nutrirse del pensamiento de la base, de las clases populares que la componen en su mayoría —las obreras—, sigue reproduciendo las ideas de las élites —las reinas— como ha ocurrido siempre. Porque las peores ideas, las más descabelladas y destructivas, proceden hoy de las élites más acomodadas, rancia o analfabetamente revolucionarias, extremas y violentas, desestabilizadoras sociales o populistas… Igual que ocurría antaño, durante toda la vida.
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