Coronavirus

Ponga un nombre a su angustia permanente: ¿Coronavirus?

¿Quieren morir? Un motivo de angustia permanente para el hombre de todos los tiempos ha sido y es la muerte.

Mientras escribo esta columna, el número de infectados ha superado los 33 en España. Las centralitas de emergencias, colapsadas. El Ibex, camino de sufrir su peor semana desde las turbulencias de 2011. Los desplomes van de Japón a Latinoamérica, con fuertes caídas en Brasil y México, Londres, París, Fráncfort… y Wall Street se enfrenta a su peor momento desde 2008. En Arabia Saudí se ha suspendido la entrada de los peregrinos a los lugares sagrados y a los visitantes de países afectados por el virus.

Lo malo es que la angustia que llamamos coronavirus, volverá con otro nombre, y otro, y otro.

Las mascarillas están agotadas en muchas regiones del mundo. En Japón, las escuelas públicas estarán cerradas a partir del lunes.

Sin embargo, podemos estar seguros, no vamos a desaparecer de la Tierra por esto. Y no lo digo yo, ¿tienen algún amigo o pariente médico en quién confíen? Hablen con él, les relajará momentáneamente. Y a pesar de ello, la angustia regresará.

El nuevo coronavirus no es más preocupante que el virus de la gripe; la mortalidad es menor del 1% en menores de 50 años. En la infancia desciende aún más, pero la cancelación de vuelos y el cierre de rutas ha llevado a las aerolíneas a maniobrar ante un impacto económico de 27.500 millones de euros, a pesar de que los profesionales sanitarios repiten una y otra vez que no hay motivos para una alarma.

¿Recuerdan las “vacas locas”, la gripe A, la gripe aviar, la peste porcina? El mundo informático iba a colapsar en el 2000 … ¡Acuérdense del Ebola!

Y vendrán más, no se apuren. Los nombres van cambiando, pero nosotros continuaremos siendo los mismos seres incapaces de encontrar el foco de nuestras múltiples angustias y así ponerles remedio.

Si hay algo que prolifera entre nosotros no es la nueva gripe, ni los virus, es la ansiedad y los padecimientos emocionales.

Mons. Fulton Sheen, gran obispo norteamericano, decía que “los ateos se toman demasiado en serio esta vida porque piensan que es la única que tienen”; lo que está claro es que no es fácil para el hombre contemporáneo alcanzar la sensación de plenitud ni la paz.

La ciencia y la filosofía a lo largo de la historia no han aportado respuestas válidas para algunos de los interrogantes más frecuentes y acuciantes del alma humana. En su lugar, tenemos la fe, los que creemos, y, en su defecto, incógnitas dolorosísimas, porque tras ellas late una enorme y constante necesidad de buscar el sentido ¿Y cómo no?

¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Para qué estás aquí? ¿Que deseas hacer con tu tiempo y tu dinero? ¿Eres libre?

Freud identifica la angustia como la transformación de la energía sexual acumulada_ y no resuelta_ donde la libido produce una excitación que al no ser satisfecha se convierte directamente en angustia. Leo esto y siento la inmediata necesidad de intimar con mi marido como ansiolítico preventivo para no acabar jugando al tenis con mascarilla médica…

Por cierto, las mascarillas son de una puesta. Vuelan por internet las instrucciones oficiales sobre el uso y abuso de dichos artefactos, y no se deben tocar por la parte delantera, hay que desecharlos ipso facto en un recipiente cerrado, y después lavarnos las manos con un desinfectante a base de alcohol…

En el siglo XX se hace referencia frecuentemente a la angustia, el tema favorito del existencialismo desde Kierkegaard (la llamó "mareo de libertad") hasta Jaspers, Heidegger y Sartre.

Para Sartre el hombre no es consecuencia de determinismo alguno, sino una consecuencia de lo que él mismo ha decidido ser. Y no tenemos excusas; la angustia aparece al sentir­nos responsables de nuestra propia existencia.

La angustia sin vía de escape conduce a la depresión, pero por suerte, antes de la depresión, tenemos el Covid-19, una oportunísima máscara (o mascarilla si lo desean) para nuestra ansiedad existencial, un desplazamiento, como tantos otros, con el que ir tirando del desconcierto.

El desplazamiento es un mecanismo de defensa inconsciente en que la mente redirige algunas emociones de una representación psíquica a otra más aceptable o sencilla.

Y dado que nuestro sistema de gratificaciones habitual es superficial y no tiene nada que ver con el crecimiento humano, la espiritualidad, la inquietud por el conocimiento, la vida afectiva o el altruismo; y que generamos vidas repletas de insatisfacción en las que, incapaces de reconocer el foco, necesitamos volcar esa emoción negativa en un foco concreto y más sencillo, fantaseamos con el coronavirus.

En realidad es muy rentable si no compramos una máscara anti pandemia de Louis Vuitton o Fendi, que ya han lanzado sus propias mascarillas para hipocondriacos fashionistas con el monograma de la marca correspondiente.

La Organización Mundial de la Salud ha enviado equipos de protección personal a 85 países. Paralelamente se están formando a más de 80.000 profesionales sanitarios mediante cursos presenciales y online, en todos los idiomas para atender a los enfermos.

La diferencia entre el Covid-19 y el desplazamiento es que este último no se cura, porque es estructural. Cuando la vida del Hombre está mal dirigida, es imposible el bienestar psicológico y aparece la ansiedad, los miedos.

Renata Salecl dice que una sociedad sin angustia sería un lugar muy peligroso en el que vivir. Quizá la paranoia del coronavirus sea más benigna que percatarse una mañana de que nuestra vida es una mierda.