Opinión
COVID-19
Como diputada por mi cuqui y social partido político «¡Vamos, Aupa y Arrea P’Alante San Bragancio de Carpónel!» (¡VAAPASBC!), he elevado una Proposición de Ley en las Cortes cuyo fin será ordenar las ingles de todas las mujeres españolas –y migrantes, turistas…, yo no discrimino por origen, nacionalidad, etc. No como otras–. Con mi ley, también Delcy Rodríguez recién llegada de Venezuela tendrá que someterse a inspección inguinal en cuanto aterrice en Barajas, por mucho que jure ser capaz de levitar. Porque mi ley se inspira en la Justicia Universal, y aspira a regular las ingles de todas las señoras de este mundo, de quince años en adelante. (Es una ley que inspira y aspira). Una norma establecida por una autoridad superior como yo, necesaria y urgentísima. Porque, sinceramente, creo que tampoco tiene una que ser de Vox para renegar de las «ingles brasileñas» y reivindicar las ingles españolas, muy españolas y mucho españolas, al estilo de las actrices del Destape, de cuando los Montes de Venus no estaban aún deforestados por la depilación definitiva. Yo no pierdo tiempo aprendiendo inglés: perfecciono mis ingles. Como me sobran horas, porque veintidós secretarias trabajan por mí, pienso en hacerle a mi madre un ongi-etorri. Pero mami se niega, la muy… La muy. Me responde, escandalizada, que su prioridad es el coronavirus: que ella es población de alto riesgo. «Pero de alto riesgo ya eras antes de la pandemia. Incluso de mocita tú ya eras…», alego. Me pide que indague en el Congreso, a ver si me entero de algún secreto de Estado que ella pueda compartir con sus amigas del «Club del Gintónic». Obediente, le pregunto a un asistente, que es la mano derecha (no quiero ni imaginar cómo será la izquierda) de uno del CNI, pero el muy cefalópodo me responde que no hay secreto que valga. Que solo hay que lavarse las manos y no tocar pantallas táctiles o narices del prójimo como si fueran propias. Huele a chamusquina, pero asiento. Aunque callo, no otorgo. Conmigo no mamonean porque estoy más empoderada que Nicolás Maduro. «Ay, qué miedo. ¿Y si cierran todos los comercios y no podemos comprar víveres?», me pregunta mamá. «No te preocupes», le respondo rauda, «si no encontramos nada abierto, haremos la compra en un chino».
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