Opinión
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La crisis del coronavirus debería dar lugar a grandes transformaciones (sobre todo, industriales). La globalización tiene dos caras: la comunicación y la interdependencia. Sin una no sería posible la otra, y viceversa. La globalización ha fundado su éxito en que, lo que es bueno y rentable para unos, también puede serlo en una medida u otra para los demás. Si bien, como se está demostrando ahora, si algo es perjudicial y funesto para una de las partes, acaba siéndolo asimismo para el resto. Tal vez el planeta no esté aún preparado para completar un proceso globalizador que creíamos imparable, que ha propiciado un intenso intercambio de bienes y productos, basuras, ideas y enfermedades, pero no tanto de personas, políticas o derechos (y deberes) ciudadanos. La Tierra, que parecía haber encogido por la globalización (porque permitía trasladar la producción y hacía circular las mercancías sin aparentes barreras, con eficacia y rapidez inéditas), nos ha demostrado con esta crisis que sigue siendo grande, incógnita, llena de obstáculos, diversa y terriblemente poderosa. Si la crisis del coronavirus se traduce en una seria recesión o en una depresión económica de alcance internacional, eso en algunos lugares puede materializarse próximamente en cientos de millones de personas que se enfrenten a dificultades para poder comer. ¿Aprenderemos la dolorosa lección? El panorama no es ninguna broma, y debería hacernos reflexionar sobre muchas cosas. Por ejemplo si, llegados a este punto, no habría que replantearse la deslocalización de la producción industrial. Valorar si, para muchas de esas compañías que hoy son billonarias gracias a que producen en países donde abunda la mano de obra barata que no ha conquistado aún derechos laborales, no sería más conveniente trasladar algunas fábricas a los países donde venden. ¿Tan difícil es conformarse con ser millonarias en vez de billonarias, reducir un poco las obscenas ganancias…? ¿Por qué el crecimiento no se planea pensando en objetivos y beneficios más limitados, pero sostenibles? Las ganancias billonarias repercuten fundamentalmente en accionistas que ya acumulan más riqueza de la que humanamente podrán derrochar en una sola existencia. Y, mientras los milmillonarios no puedan comprarse nuevas vidas, como pretendían los faraones de la antigüedad, tampoco podrán arrastrar sus ganancias con ellos hasta el otro mundo, como dichos faraones deseaban. Quizás ha llegado la hora de que algo cambie de verdad.
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