Opinión

Podremos con esto

Si tuviera que definir a mi amiga Marina diría, sin pensarlo, «vitalidad». Por eso sentí un escalofrío repentino cuando me llamó ayer y, por primera vez desde que la conozco, se le rompió la voz y escuché su lamento de impotencia. Trataba de explicarme sus últimas horas en el hospital madrileño de La Paz, la situación inédita a la que tienen que hacer frente ella y sus compañeros por culpa del coronavirus. Lleva demasiados días luchando contra el sueño, haciendo guardias encadenadas, recibiendo a decenas de personas con cuadros respiratorios que se vuelven imposibles en cuestión de horas. Anoche se le murieron tres pacientes de una vez mientras atendía a otros tantos, en un pasillo. Marina me explicó que ahora debe quedarse aislada en una salita, a la espera de conocer el resultado de su propio test: «Tengo miedo por mis nietos, no sé si habré contagiado a la familia, pero estoy deseando que me digan que no tengo coronavirus para reincorporarme cuanto antes al trabajo».

Rosa es la solvencia personificada. Aquello que te cuenta, lo crees ciegamente. Desde hace años dirige las urgencias de otro importante hospital madrileño. Al teléfono, me explica que su equipo lleva ya tres semanas trabajando durísimo y está convencida de que nos encaminamos a la misma situación de Italia, o sea, que quedan por delante otros 15 días de trabajo intensivo en los hospitales. El enfermo grave de coronavirus, en muy poco tiempo, pasa de encontrarse estable a padecer una neumonía que precisa de un tratamiento de días en la UCI. En su centro están intentando reorganizar contrarreloj todas las camas de pacientes críticos, no existe una infraestructura para acoger en tiempo récord a tal cantidad de enfermos: «Los profesionales estamos aquí batiendo el cobre, dejándonos la piel; nos reunimos en comités de crisis diarios y vamos evaluando la situación. Esta es la experiencia más dura que he vivido desde que me dedico a la medicina, pero podremos con esto».

No nos recreemos ahora en la negrura de los más de mil muertos italianos, ni en la debacle económica, ni en los aislamientos o los miedos colectivos. Estamos en las mejores manos, las de nuestros miles de sanitarios entregados a la causa. Y China baila, porque ganó la batalla. Por supuesto que podremos con esto.