Opinión
Tiempo de prueba y confianza
Seguimos sumidos en los días de la pandemia del coronavirus; seguimos abrumados y desconcertados por su peso y no sabemos por cuánto tiempo. Continuamos, en el fondo, perplejos y sin esperanza, sin saber dónde dirigir nuestra mirada para ver la luz de un nuevo día en que se disipe la oscuridad de la pandemia. Estamos en cuarentena, también en cuaresma, que eso significa Cuaresma: «cuarentena», para el aislamiento y el silencio, para la caridad y la ayuda, para volver a Dios. Ante lo que nos está pasando he dicho y he repetido estos días a los fieles cristianos de Valencia que vivimos tiempos de prueba en los que nuestra mirada habremos de dirigirla a Dios y recobrar la esperanza manifestada en la caridad y la solidaridad. Es tiempo de mirar a Dios y escucharle. Volver a Dios, sin miedo. Necesitamos volver a Él, porque de él nos vendrá el auxilio, nos abre a la esperanza. Como decimos en el salmo 91: «No temerás la peste que se desliza en las tinieblas, ni la epidemia que devasta a mediodía, porque hiciste del Señor tu refugio, tomaste al Altísimo por defensa». Tiempo para volver a Dios y escuchar a Cristo que nos dice en esta circunstancia que nos ha tocado vivir: «Venid a mí los que estáis agobiados, que yo os aliviaré». Nos lo dice Él, que es fiel y cargó con la cruz, y sufrió en ella, con todos los que sufren, sabe de sufrimientos y dolores y lloró ante la tumba de su amigo Lázaro, por y con puro e indescriptible amor. Dios no nos deja solos, en la estacada de la pandemia que no sabemos lo que durará, y nos acompaña y sigue nuestro mismo camino, está ahí con los que sufren y desalentados, como con los caminantes de Emaús que deambulaban cariacontecidos, miedosos y sin esperanza, pensando que las cosas que habían pasado tendrían que haber sido de otra manera, pues esperaban otra cosa: «Los discípulos lo reconocieron al partir el pan y se llenaron de alegría».
Ante la crisis mundial de la pandemia del coronavirus, sin dejar nuestras lágrimas, hay que mirar a Dios, volver a él, que comparte nuestros sufrimientos e inquietudes, nuestra lágrimas y sigue mostrándose Dios misericordioso, como en la Cruz o ante Lázaro, su amigo; también nosotros somos sus amigos y Él sigue diciéndonos que lo que nos sucede no es para la muerte, sino para que se manifieste la vida, que es él y la da, ante la súplica de las hermanas de su amigo.
Lo que nos sucede me ha hecho pensar en aquella página del libro de Daniel en que narra la visión de la gigantesca escultura de bronce con pies de plomo sobre la que vino una piedrecita y la destruyó. Ahora, un insignificante virus ha puesto en trance de ruina la escultura, en el fondo idolátrico, de los poderes terrenos, de las riquezas y fuerzas económicas, del bienestar a toda costa. Volvamos a Dios, mientras hay tiempo. Seguimos confiando en nuestros poderes: ¿cuántas veces hemos escuchado estos días el mensaje de «nosotros venceremos»? Si es cierto, venceremos pero con la fuerza y el poder de Dios, sólo él es nuestra victoria; como sólo Él venció en la resurrección de su Hijo, y le escuchó ante la tumba de Lázaro a quien devolvió a la vida por la oración del Hijo al Padre, Dios, que es amor.
Es tiempo de fe, de confianza en Dios plenamente, de escucharle y de invocarle, de orar, y de ayudar, de solidarizarse con el dolor de tantas y tantas víctimas de la pandemia, de pedir su ayuda y su luz para que los científicos hallen los remedios oportunos y sanantes, y, sobre todo, que nos de su amor para amar a los que sufren y a las personas de riesgo de contagio, a los más débiles posible víctimas, los sanitarios, médicos y enfermeros. Es hora de invocar su ayuda y también de dejarnos ayudar por Él, que, sin duda, Él ya nos ayuda, está a nuestro lado, singularmente de los que más están padeciendo; es hora de dejar que Él camine con nosotros, nos acompañe y hablarle de nuestros cuidados y desesperanzas con toda confianza: es hora de Dios y de abrirnos a la esperanza que no defrauda.
En esta hora de fe, debemos, finalmente, dar gracias a cuantos tanto se están esforzando en la ayuda y solidaridad generosa con los afectados tan admirable y de pedirnos a todos una unidad máxima y sin fisuras para cumplir las normas que nuestras autoridades nos dan para prevenir e impedir el contagio y para ayudarnos no cerrándonos en nuestra propia carne. Unidos en la oración verdadera en estos días difíciles y con la esperanza en Dios que todo lo puede y nos escucha.
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