Opinión
Humor aislado
Christian Grey, el insufrible protagonista de las cincuenta sombras, debe andar estos días frustrado y fastidiado: con esta situación, mal momento para proponer orgías. Seguro que el personaje de ficción sería de los cretinos que se ponen mascarilla pero no preservativo. En el siglo catorce, de las epidemias y los desastres como el que nos asola, el ser humano te sacaba una colección de cien cuentos como el Decamerón. Ahora, sin embargo, como el aislamiento es individual y tenemos el teletrabajo, es más inverosímil que alguien vaya a confinarse en grupo para beber y comer intentando esquivar la enfermedad y practicando el carpe diem contando cuentos. A cambio, tenemos los móviles llenos de memes, una muestra de que el ser humano no pierde el humor ni en las peores circunstancias. Los hay de un enorme mal gusto porque los simios pensantes somos muy melones y nos cuesta muchas veces comprender el alcance y responsabilidad de nuestras ocurrencias. Pero también hay muchos ingenios brillantes donde el sentido del humor del homo sapiens reluce esplendoroso. El humor es uno de los mejores inventos de la humanidad y una de las reacciones más civilizadas ante los embates de la vida. Un chiste es una hermosa construcción del absurdo. Nace generalmente del momento en que detectamos la incongruencia entre muchos de los diversos aspectos de nuestra vida humana. Y no hay momento más incongruente que este tipo de situaciones donde se pone de relieve lo azaroso y contradictorio del mundo que nos rodea. No hay más que ver que, justo cuando desearíamos huir corriendo al oír las noticias, resulta que lo mejor es quedarnos encerrados.Así que, si pueden, refúgiense a pasar el confinamiento con alguien que tenga ojos tiernos y el resto del cuerpo muy duro. Es la mejor manera de pasarlo. Los sabios y los filósofos, al igual que la Policía, quieren encontrar una interrelación entre los hechos de ese gran conflicto de caos azaroso con el que trabajan. Quieren encontrar alguna cosa relacionada con lo que han visto, que ponga un poco de sentido en la felicidad y en la infelicidad de nuestras vidas. Muchas veces yo también me miro a la cara de una manera inquisitiva al afeitarme, pero no obtengo muchas respuestas. El humor renuncia a ello y se conforma con vivir y disfrutar de sentirse viviendo. Por eso es deliciosa la caricia de chisporroteo cerebral que nace del chiste conceptual e intelectual, pero no hay nada más liberador que una buena carcajada salida de las tripas. Eso sí, no olvidemos nunca que una caída de culo puede ser muy cómica vista desde fuera y a cierta distancia, pero mirada desde el punto de vista de la zona glútea, en primera persona, es un drama. Cuando la incertidumbre y la inseguridad nos rodea, cuesta más trabajo buscar la verdad; pero al menos si que es posible a través del humor dedicarnos a descubrir unas cuantas mentiras. Es ahora un buen momento, por ejemplo, para desenterrar una de las falacias populares más crasas que se ha dado en los últimos cien años en las obras de arte. Me refiero al famoso diálogo en la noria del Prater vienés de «El tercer hombre», el film de Carol Reed. En ese fragmento de diálogo –que por cierto no está para nada en la novela original del bueno de Graham Greene– el delincuente Harry Lime le dice a su amigo, para justificar ladinamente su desaprensiva profesión, que la época barroca de crímenes, enfermedades y conflictos en Italia dio grandes obras de arte. Suiza mientras tanto, en la misma época, vivió en paz, pero solo nos entregó el invento del reloj de cuco. Bueno, el diálogo es efectista y humorado, pero doblemente falso. Suiza en esa época dio muchas más cosas. Muchas de ellas de ese tipo que hoy en día llamamos «intangibles». Y además, bien mirado, yo no sé a qué viene esa manía de vejar al pobre reloj de cuco. No deja de ser un invento la mar de simpático y, si molesta, siempre se le puede silenciar por el sencillo método de dejar de darle cuerda. De acuerdo, el famoso virus nos lleva de coronilla. Va a ser como atravesar una trinchera de alambre de espino; seguro que llegaremos al otro lado, aunque lo terrible es pensar en los jirones de vidas cercanas e importantes que se van a quedar en la travesía. Pero en cifras netas hemos ganado mucho terreno al siglo catorce, tanto en el campo de las medidas prácticas y eficientes, como incluso hasta en el mismísimo terreno del pánico. En caso de emergencia sanitaria, todos preferimos que nuestras vidas las guíe el reloj de cuco y no un mala sombra como aquel gran artista y mal vecino que fue Caravaggio. La señora con guadaña está intentando jugar una partida de ajedrez con nosotros (como en «El séptimo sello» de Ingmar Bergman), lo que no sabe es que los humanos digitales estamos gastándole una broma muy seria, esterilizándole las piezas a sus espaldas con gel desinfectante. A la larga, ella siempre ganará algún día. Pero, mientras tanto, qué buenos ratos hemos pasado burlándola, y cuánto sentido ha dado esa tarea a nuestras vidas.
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