Coronavirus
La ilusión del control
"Por primera vez nos enfrentamos cara a cara con la incertidumbre. El coronavirus nos obliga a enfrentarnos psicológicamente con lo inesperado pero ¿existió la seguridad verdaderamente? "
Dicen los psicologos que la salud mental se resiente a partir de los diez días de confinamiento aproximadamente y que es fundamental mantenerse entretenido con actividades que requieran algún esfuerzo (no dormitando, ni viendo series compulsivamente).
Podríamos repasar nuestra historia reciente: Influenza A, 600.000 muertos; Gripe Asiática, 4 millones de fallecidos; Cólera, unas 100.000 personas anuales; Dengue, 390 millones de casos cada año y, junto con otras muchas, completaríamos una gran lista de pandemias que podríamos haber tenido más en cuenta y hoy seríamos más conscientes de nuestra fragilidad como civilización.
Pero a esta sociedad, la de youtube, la de la inmediatez y la fotografía digital nos cuesta mucho resonar con lo que no tenemos delante.
Ahora mismo hay muchas personas que se ahogan en el hospital sin que se pueda hacer nada por evitarlo.
Me repito esta idea echando el recuerdo unas semanas atrás y me enternece la visión de nuestra ciudadanía “obesa”, sobrealimentada de todo en general: brindando por los felices años veinte, quemando la tarjeta en los regalos de Reyes, alternando, disfrutando sin parar… Esta sociedad blandita en que vivimos con poca o ninguna tolerancia al sufrimiento. Esta generación mía que no conocía el dolor (la del ibuprofeno y el lexatín), ni el aburrimiento (la del streaming y el smartphone)…
Una creencia muy nuestra es que, si nos comportamos bien, si compramos los alimentos adecuados y hacemos ejercicio se nos recompensará con una vida plena y saludable.
Nosotros, los del kale y la leche sin lactosa, los del vino sin alcohol, las galletas sin gluten y los pasteles de chocolate sin azúcar ni hidratos de carbono… Nosotros que no perdonábamos el gimnasio; los feministas, los ecologistas, los hiperviajados e hiperconectados, sin poder siquiera salir de casa.
Nosotros, los del selfie en restaurante de papel pintado, confinados, arruinados, sin poder entender (casi mejor)...
Pero qué frustrante e insulso es este apocalipsis para los de mi quinta (la de Juego de Tronos y Matrix) que en nuestras pesadillas soñábamos con un final de espadas flamígeras luminosas (nos ha tocado el apocalipsis del mercadona, de la bata, de netflix).
Un apocalipsis tan melifluo y prosaico que no alcanzamos a comprender del todo, donde nuestra mayor heroicidad consiste en no comernos toda la caja de galletas o asearnos y mantener cierto decoro.
Entonces surge la desconfianza hacia la información proporcionada por las instituciones y autoridades.
Los médicos (en grandes hospitales) de mi familia, con los que hablo a diario, dicen que cada vez quedan menos sanitarios sin infectar, que el terror se puede tocar, que nadie lo disimula y que no están protegidos.
Dicen que las camillas improvisadas han llegado a todas las áreas de los centros, capillas, gimnasios y todos los pasillos, donde la gente se esfuerza por respirar, sin oxígeno suficiente para todos.
Yo me lo imagino _no sé por qué_ como El coloso en Llamas, con todos pasando cubos y sudando.
Me dicen que las enfermeras de psiquiatría ya están cuidando neumonías del coronavirus y que todos los pacientes psiquiátricos se han tenido que ir a sus casas (que la mayoría han mejorado, ahora que todo el resto del mundo está majara) porque no hay camas más que para contagios y graves.
Dicen que se han contratado estudiantes de medicina y que pronto les pondrán a ellos, y a los oftalmólogos, y a los dermatólogos, y a los psiquiatras, claro, (que ya les han dado los protocolos...) a curar el covid, hasta cuando sea o hasta que no quede nadie.
Me encantaría que nos cogieran también a los periodistas de médicos de pandemia y poder colaborar en lo que fuera con los sanitarios. Iría encantada con tal de hacer algo útil y no pasar otro día de la marmota luchando contra mi indisciplina y la de los demás, aquí dentro, en casa.
Porque soy de una generación que creció en la falsa ilusión de control y en la paranoia del bienestar como derecho…
Porque, como buena hija de mi tiempo, el tiempo de la recompensa inmediata, no me manejo demasiado bien en la resignación ni en la renuncia.
Por primera vez nos enfrentamos cara a cara con la incertidumbre, no sabemos qué pasará dentro de una semana, quince días, el coronavirus nos obliga a enfrentarnos psicológicamente con lo inesperado pero ¿existió la seguridad verdaderamente?
Pobre generación mimada. Las generaciones mimadas son generaciones ingenuas.
Jamás hemos controlado el mundo exterior (el tsunami de 2004 en el sudeste asiático fue algo más que una película emotiva), ni tampoco controlamos nuestro fuero interno, sin embargo, hemos crecido pensando que sabemos más de lo que sabemos.
¡Quién sabe! Quizá todo se deba al azar, o quizá, como dicen los neuróticos de la sostenibilidad, ya era preciso que algo nos frenara y nos situara en perspectiva para resetear.
Lo que sí tengo claro, desde mi pequeñez y particular reclusión es que cuando seamos más humildes con respecto a nuestra capacidad de control, comenzaremos a adaptarnos.
Parar para seguir, como dicen los creativos cursis porque ni la ciencia, ni los hombres, tenemos el control; el coronavirus pone de manifiesto que somos vulnerables y la única forma de vida sensata conlleva aceptar de antemano, todas las posibilidades.
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