Opinión

Confinados

Lo peor no es el encierro, sino lo demás. Lo que ha mostrado esta situación enloquecida. Sus efectos colaterales. Casi todo puede resolverse con acciones prudentes, racionales, científicas. Pero resulta que tenemos una saneada mayoría de encargados de tomar decisiones que solo son expertos en lo puramente ideológico, agitador, teórico y doctrinal. Inoperantes que confunden el pensamiento con el marketing, las ideas con anuncios publicitarios de ideologías con más caspa que un anuncio de champús. Gafapastas no: gafacaspas que ven el hoy con los lentes del ayer. Que creen que el ejército y la Guardia Civil son los mismos que comandaban Millán-Astray o Tejero. Etc. Pareciera que lo racional es tomar como modelos a los países del mundo que están desarrollados y como tales funcionan, votar a líderes que proclaman teorías juiciosas que aspiran a proporcionar bienestar al conjunto de los ciudadanos, además de paz y seguridad. No semeja muy inteligente adoptar como referencias políticas y vitales a países que se aplican, por el contrario, en generar violencia, opresión, escasez, inseguridad, atraso… ¿La diferencia entre Alemania y Venezuela resulta evidente? Pues no para muchos vocacionales ingenieros sociales tercermundizadores. Porque la fe ciega el entendimiento. Y la ideología es sobre todo, y todavía, un asunto religioso. Además, ese suele ser el problema: que elegimos gobernantes según un credo, por prejuicios y pensamiento mágico, no con raciocinio o una lógica basada en los hechos. Así que, después, si necesitamos dirigentes responsables, personas de acción para situaciones de emergencia como la que vivimos, tenemos por el contrario una abundancia de peritos en exhumar cacerolas, filólogos en ideologías difuntas y sus correspondientes lenguas muertas, que encima van de modernos, y variados especialistas en palabras vanas. Pero no basta la fatua charlatanería. Hay hambre de hechos. Aprensión ante todo eso que estaba, hasta hace poco, escondido debajo de la baqueteada y deslucida, pero práctica, alfombra social que nos cubre las miserias habitualmente. Hoy, una se pregunta, esperanzada: ¿qué estará haciendo Fulánez, mandamás en la gobernación? «Ha puesto un tweett», me contestan. ¡¿Que ha puesto un tweett…?! Pues por mí como si ha puesto un huevo. Que más de uno estamos hasta las narices de tanta mentira, enredos propagandistas, politiquería y generosa estupidez… O sea, que yo al menos continúo disciplinadamente confinada. Pero, desde luego, nada confiada.