Opinión
Narco
En un pueblo venezolano, al pie de las montañas, vive nuestro amigo el narco en su lujosa morada. Se levanta muy temprano para ayudar a robar y estafar. Pero un día la tristeza llega hasta su corazón, la ONU deja de excusarle y también cualquier otro país. No se va a excusar. No se va a arrepentir. Va a arrestar a quien le quiera reñir. Los va a amenazar, pues no se piensa ir. Le dice al pueblo: te explotaré.
Este sería el argumento básico de una historia de Edmundo de Amicis, publicada a finales del siglo XIX y puesta al día según el nuevo lenguaje de las series de televisión y el dos punto cero. Las peores conductas antiguas se repiten cíclicamente de una manera desalentadora, pero, para el observador atento, la repetición de estas situaciones espantosas puede ser una fuente de sabiduría y experiencia.
Por supuesto, nadie se cree ya a estas alturas que el gobierno de Nicolás Maduro esté trabajando para conseguir ningún tipo de progreso ni mejor reparto de la riqueza en Venezuela. La corrupción y el matonismo campan a sus anchas por el país. Existe una casta que alcanzó el poder por el beneficio de la violencia y por la habitual codicia no tiene ninguna intención de marcharse, aunque tenga que dejar al país arruinado para ello. Tenemos el ejemplo similar de casi un siglo de desgraciada historia cubana de dictadura y torturas, o de la evolución de Nicaragua en las últimas décadas. También se repite la lisonja de una parte de la izquierda europea (la que quiere presentarse como más joven y radical) ante esas dictaduras. Eso ya pasó también hace cuatro décadas. La parte de esos cachorros progresistas que tenían claras tendencias al asesinato y al totalitarismo halagaban a esos groseros dictadores, como si fueran héroes de la emancipación, y les compraban armas y otras barbaridades que los tiranos, aprovechadamente, les vendían para debilitar a sus disidentes. Unos por bobaliconería, otros por cinismo, lo cierto es que la Baader-Meinhof, las Brigadas Rojas, los Grapo, ETA cometieron un montón de crímenes intentando apoyarse intelectualmente en esos inaceptables argumentos. ¿Y dónde acabaron todos sus justificadores intelectuales? Pues en la casta, como hoy; chupando del bote.
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