Opinión

Culpas

Una persona muy querida por mí está enferma por coronavirus. Su enfermedad me resulta un agravio personal. Me siento culpable de no haberla evitado «yo» (desde enero, tenía noticias desde China que anunciaban una catástrofe). Hablando con un amigo, me culpo a mí misma y culpo a este y al otro…, que en lugar de prevenir siguieron adelante como si nada. Aunque es verdad que todos, en una u otra medida, tratamos de «no alarmar», de hacer como que la cosa no iba con nosotros. Porque en el fondo pensábamos que, cuando llegara a las fronteras españolas, el bicho se daría media vuelta. No nos dábamos cuenta de que somos uno de los destinos turísticos favoritos del mundo. Incluso para los virus. Me quejo por teléfono con alguien, que me responde que «no hay que buscar culpables, hay que luchar día a día y no pensar en más». Pero resulta que a mí «sí» me apetece buscar culpables. Me gustaría tener claro quién o quiénes son los responsables de la tragedia, para pedirles cuentas. No estoy tan templada como otros. En estos momentos no me tienta el buenismo, sino el malismo. Quizá, producto también del encierro, una se siente menos propensa a perdonar, y más a enseñar los dientes. Porque la reclusión está produciendo efectos perversos, que no tardaremos en ver. Y que generará sus propias catástrofes. Domésticas, íntimas, privadas… luego, sociales. Mucha gente está obligada a convivir sin descanso con personas, en su propia familia, con las que mantiene relaciones pésimas, incluso de abuso. ¿Qué puede salir de bueno de algo así? Además de las consecuencias económicas, la cuarentena tendrá efectos psicológicos profundos en gran parte de la población. No todos disponemos de una casa grande con jardín donde poder mantener un espacio privado, de cordura, sin constantes roces y altercados con el resto de los habitantes o familiares con quienes compartimos techo. ¿Qué será de nosotros cuando esta vida monótona, llena de privaciones, empiece a minar nuestra fortaleza espiritual, económica, física…? Todos, bajo una presión insoportable, podemos tender a regodearnos en el dolor, la muerte, el luto. A convertir cada hogar en una cárcel. A ver la prohibición como un injusto castigo… Y a buscar culpables donde sea por tanto sufrimiento, propio o de nuestros seres queridos.