Coronavirus

McConaughey, de la gran pantalla a jugador de bingo

Matthew McConaughey se está contagiando de empatía igual que el mundo se contagia de Covid-19. En una solidaridad que no es nada Trump y sí muy Bernie Sanders, el actor ha decidido jugar por Skype con los abuelos de una residencia. Un gesto que añade a su rostro cinematográfico una cercanía que no resulta nada Star System, pero que le humaniza esa imagen que irradiaba desde las pantallas. El vacío de las calles parece que se está combatiendo en el mundo con una «populosidad» de encuentros digitales que da jarana al hogar y rompe monotonías. De lo que se trata no es de reproducir la realidad exterior, sino de meterla directamente en casa por el cable del Wifi y compadrear con unos y con otros.

Aquí hemos hecho de la «videoconferencia» el nuevo bar. Al español se le puede confinar, pero el aperitivo no se lo quita ni el coronavirus. Hoy uno queda para la llamada como antes acudía a la tasca del Pepe o el Joselito. La pantalla es la nueva barra del siglo XXI. Uno se sienta delante de ella con una cerveza o un vermú como lo hacía antes en un taburete: con un plato de aceitunas y ganas de chafardear de zutano y de mengano. Esto demuestra que el español no es tan autonómico como creen algunos y sí más bien un paisano social y sociable.

Se ve que nuestra verdadera convicción han sido siempre las rutinas y no tanto las pasiones políticas, aunque algunos no se lo crean. Eso de los partidos solo es cháchara mientras se pincha el boquerón en vinagre o uno se apaña con el mejillón en escabeche. En nuestro país se ha comulgado con el vino de las doce y, luego con el de la una. Primero se pone en orden las cuestiones espirituales, como Dios manda, y, después, las humanas que es lo que corresponde. Hay, incluso, quien va a votar los domingos no por convicción democrática, que también, sino por compromiso con los contertulios del aperitivo, que cuenta con una base más sólida que la Constitución.

Ahora que las puertas de las cervecerías están cerradas, la amistad se celebra con el ordenador, que a estas alturas se ha convertido en la plaza: uno se apunta a una «videoconferencia» como antes se pasaba por el centro del pueblo, para ver qué cae por ahí. Con este plan al bueno de McConaughey se le van las horas completando líneas con los ancianos y por aquí, con eso de la conversa «online», empalmamos la cerveza del mediodía con la copa de las ocho. Nuestra ventaja con el texano es que cuando la línea telefónica no tira, todavía nos quedan los patios para seguir de palique. Si la cuarentena ha servido para una cosa en España ha sido para recuperar la cultura de la corrala. El vecindaje se reúne en las ventanas para dirimir cómo ha ido la semana y por qué se han quemado las lentejas, pero con una tapita de queso, un blanco y, en ocasiones, con Camarón de fondo. El vinito del español es como el té de los ingleses y el «ciberbingo» de los norteamericanos: más que un rito, una parte del carácter. Si aquí no hubo Revolución Francesa, que no se engañe nadie, no fue por falta de ganas, sino porque ese día cayó en domingo y todo el mundo había quedado ya para el vermú.