Opinión
No cerremos el corazón, seamos sinceros
Aunque algunos me tilden de evasión, de espiritualista o de lo que sea, en las circunstancias que vivimos, y más el día de la fiesta de San Vicente Ferrer aquí en Valencia, no puedo callar, apelo a testificar y anunciar gozoso y esperanzado la misericordia de Dios en tiempos como los nuestros en que siguen, agravadas, las tribulaciones, los sufrimientos y las pruebas, las heridas abiertas del Crucificado, en quien tenemos nuestra actual pasión compartida por Él por puro amor, y, al mismo tiempo, continúa viva de manera irrevocable la esperanza que Él nos trae, vencedor de toda muerte y de toda destrucción humana. Nos toca sufrir en pruebas diversas, pero ahora mismo en pruebas muy grandes como la que tenemos con la pandemia del covid-19. ¡Cuánta necesidad de la misericordia de Dios tiene el mundo de hoy, cuánta necesidad tenemos todos, tiene nuestro mundo contemporáneo de la misericordia de Dios!, de la que tan poco, salvo excepciones, se habla, por ejemplo en los MCS. Pero, solo la misericordia de Dios es y será nuestro futuro y nuestra salvación. Sólo la divina misericordia nos librará y salvará. Así es y así lo proclamo con el realismo de la fe.
En efecto, donde dominan el odio, la división, la ideología, el prestigio, el poder o la sed de venganza, e imperan el miedo o las tiranías redivivas, donde la guerra y el hambre conducen al dolor y a la muerte de inocentes en tantos lugares, y donde la carrera armamentística no disminuye, el terrorismo, el narcotráfico, el exilio, la marginación y la pobreza, el acoso a la familia o el desentendimiento de los más pobres… están segando tan injustamente vidas humanas, y donde impera la mentira, la negación de la verdad, y el relativismo se extienden como una epidemia, cuando todo esto está acaeciendo es necesaria la gracia de la misericordia divina que aplaque las mentes y los corazones, y haga brotar la unidad y la paz y restaure la verdad, la comunicación y la relación humana, con la comunicación cristiana de bienes.
Donde falta el respeto por la vida y la dignidad del hombre, donde no se tiene en cuenta al hombre, a la persona humana, a la familia, la libertad, la libertad religiosa y de conciencia, la libertad simplemente; donde se cercena la libertad de expresión y otras libertades; y cuando parece que para algunos poderes no son bastantes los muchos miles de hermanos nuestros que están muriendo por la pandemia, y, contrariamente, siguen propugnando y aumentando el número de abortos con miles y miles más, –eliminación injusta de seres humanos–, al mismo tiempo, se está pensando en seguir de inmediato los trámites para aprobar leyes que van a producir nuevas muertes con la eutanasia; cuando y donde todo esto está sucediendo, es necesario el amor misericordioso de Dios, a cuya luz se manifiesta el indecible valor de todo ser humano.
En esta situación que vivimos y padecemos, una de las grandes miserias, primera y principal, que aquejan a la Humanidad contemporánea, es que el hombre, que la persona humana, que el bien común, no cuenta, sino las ideologías y el poder, y hasta parece querer implantarse, peligrosamente, aquel aforismo de una cierta ideología todavía viva y agresiva en diversas partes, del «cuanto peor, mejor», creadora de miseria y fabricadora de ruina. Es necesario confiarse y apelar, invocar, la misericordia divina para asegurar que toda injusticia en el mundo encuentre su término en el esplendor de la verdad, la que se realiza en el amor, que es Dios mismo. Amor misericordioso.
Vivimos una gran crisis mundial, de la que también participa España. Se ha ido construyendo un tipo de sociedad que está herida y rota, una sociedad rota y desnortada sin orientación, sin unidad y desvertebrada, horizonte claro de futuro; en esa sociedad aparece una enfermedad, no sólo la de la pandemia del covid-19, sino otra enfermedad letal que tiene como síntoma el agotamiento y la decadencia inequívocos. Hay una ruptura y no es sólo por la corrupción sino que la gente está harta de sí misma y se está revelando contra su modo de vida, que carece de esperanza. La juventud padece de desesperanza, se le cierran los horizontes de futuro para el trabajo, para formar una familia, sus estudios parece que no les sirven de casi nada, se ven forzados a casarse muy tarde, y la sociedad se ve abocada, pareciera que irremediablemente, a una crisis económica, social, aún política, de la democracia, y sobre todo una crisis humana: son señales que ponen de manifiesto que el modo de vivir y actuar que llevamos, al menos en Occidente, no funciona: cuando se carece de esperanza se llena uno de miseria y pobreza, de sinsentido. Hay una gran crisis de la persona, y si la crisis está en la persona, en la persona habrá de estar la solución: pero esto se olvida, y ése es el mal.
Y la persona es inseparable de Dios. Todo denota esa necesidad de Dios y de su misericordia, al mismo tiempo que se siente lo gélido de nuestro desierto interior y lo duro del infierno circundante y envolvente. Se está construyendo un nuevo orden mundial, poderosísimas fuerzas malignas están en ello, cuya característica más sobresaliente y preocupante es que en ese nuevo orden la persona estorba, la verdad del hombre estorba, Dios estorba: esta es enfermedad y la gran indigencia, la fundamental pobreza y carencia que habrá que resolver, y la enfermedad endémica que está acosando nuestra sociedad, con especial y singular fuerza, y característica propia, a la española.
Que Dios tenga misericordia de nosotros y nos conceda su misericordia para ser como Él, es decir, misericordiosos. La necesitamos y aún la vamos a necesitar más en la reconstrucción necesaria y urgente tras el covid-19 en la que todos juntos y codo con codo, con trasparencia, lealtad, verdad, justicia y caridad, habremos de colaborar. Necesitamos urgentemente volver a Dios, justo y compasivo, que es amor misericordioso, necesitamos convertirnos, cambiar de vida, dejar ese tipo de vida, sin Dios, que conduce a la epidemia grande que nos invade, y no me refiero a la pandemia del covid-19 sino a esa otra más grande y letal, que mata el alma, esa conversión nos ayudará, más bien, a salir de ella, apoyados en la divina misericordia y confiados a ella.
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