Opinión

José María Calleja

Te conocí hace más de dos décadas, en Torre Picasso. Echaba a andar CNN+ y yo te observaba fascinada, mientras grababas debates de actualidad. Tu Inteligencia rápida, altamente irónica, incluso tu genio, tu carcajada, tu locuacidad extrema, tu veteranía me maravillaba. Tenías la memoria intacta, la del dolor del exilio al que te habían empujado los etarras. Saber que llegabas a la tele con escoltas te engrandecía aún más ante nosotros, los principiantes. Durante una temporada me encomendaron escribir las notas de prensa de tu programa y mandarlas a las agencias. Mirabas por tus invitados, pecabas de nobleza. Un día, una insigne periodista acudió borracha a tu debate. Nos pediste que omitiéramos sus salidas de tono en la edición final. Lo recuerdo ahora con una sonrisa. ¿Cómo llevarte a tí la contraria, si cuando hablabas desprendías autoridad y verdad, honestidad y honradez? ¿Cómo decirte a tí que no?

Me apenaba verte, ya en Madrid, narrando atentados, reviviendo tristezas desde la distancia. Se te rompió la voz de la emoción cuando los asesinos anunciaron que dejaban las armas. Se acabó para todos el tiro en la nuca, y empezó ese día, para ti, el trabajo de trascender al trauma. Te volcaste en la familia. Escribir te ayudó al desahogo y tus clases, en la universidad, ayudaron a comprender la diáspora vasca a varias generaciones de compañeros.

No sabes qué alegría y seguridad me generaban coincidir contigo en Antena 3. Si podía elegir, pedía que te pusieran a mi vera, de tertuliano. Tu mirada me aupaba en los directos. «Vengo cuando me llaman, Sandrita, ya sabes cómo van estas cosas», me decías… Un abrazo cálido, un beso fuerte y, mientras te veía alejándote por el pasillo, me preguntaba por qué diablos no tiene José Mari un programa para él, donde sea. Quizá por su genuina libertad, quizá porque jamás calló.

Solo tengo que cerrar los ojos… Rebobino al pasado más inmediato y leo tu mensaje, preocupado por mi familia, enviándome fuerzas. Es como si te estuviera viendo… No hay derecho a ninguna muerte por el maldito bicho, pero la tuya deja huérfanas a una legión de almas. Eras un referente. Y eres nuestro, de todos los que aprendimos de ti. Tu muerte nos ha removido las entrañas. Nos has roto el corazón, maestro.