
El canto del cuco
Sánchez no pisa la iglesia
Ahora mismo las relaciones del Gobierno con la Iglesia son correctas, aunque, en un país de fuerte tradición católica, extraña que el presidente se niegue a pisar la iglesia.
La ausencia del presidente del Gobierno en el funeral del papa Francisco ha sido muy comentada, aunque España estaba bien representada con la nutrida delegación oficial encabezada por los Reyes. No ha habido, pues, en esta ausencia un propósito deliberado de desaire o desprecio a la Iglesia ni, mucho menos, al pontífice desaparecido. Si acaso, puede discutirse si la ausencia de Pedro Sánchez en esta magna concentración de mandatarios fue un error político. Nada más. Con el papa fallecido este Gobierno y, en general, la izquierda se llevaban bien. Por lo demás, estamos en un Estado aconfesional y la única obligación de los gobernantes es garantizar la libertad religiosa. No necesitan ir a misa. Ahora mismo las relaciones del Gobierno con la Iglesia son correctas, aunque, en un país de fuerte tradición católica, extraña que el presidente se niegue a pisar la iglesia. No estuvo en París en la inauguración de la reconstruida catedral de Notre Dame, ni acudió al solemne funeral en Valencia por las víctimas de la dana, ni ha ido ahora al Vaticano a las exequias del papa, a pesar de la carga extrarreligiosa de los tres acontecimientos. Parece una norma de conducta.
Dice Pascal que «no hay más que dos clases de hombres: unos, los justos, que se creen pecadores; otros, los pecadores que se creen justos». Esto puede aplicarse también al comportamiento de los políticos. No suele coincidir la estimación de uno mismo, cuando es excesivamente autocomplaciente, con la realidad observada desde fuera. Este contraste es hoy llamativo en el caso del presidente Sánchez. Él se muestra convencido de que está desarrollando una tarea especialmente meritoria impulsando grandes avances sociales, pacificando Cataluña y el País Vasco y conteniendo a la extrema derecha, una verdadera amenaza al progreso y la convivencia democrática. Por todo ello Pedro Sánchez se considera un político justo, que está siendo tratado injustamente.
Desde fuera la percepción es radicalmente distinta. Se cree que su empeño en permanecer en el poder a toda costa está poniendo en peligro el sistema constitucional y la convivencia democrática con una inquietante polarización de la vida pública, mientras en su entorno aumenta la corrupción y el acoso judicial. A estas horas existen serias dudas de que mantenga la confianza de las Cortes y de la Corona. Sus relaciones con el Rey aparecen seriamente deterioradas: se suceden los desplantes y desconsideraciones y se han reducido al mínimo los despachos oficiales. Eso es lo que faltaba. Su desafección religiosa, que está inscrita en la historia oscura del socialismo español, no es más que un añadido incómodo.
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